Un año mas por estas fechas, volvemos a consultar el archivo y recordar las películas que, por una razón u otra, permanecen en la memoria de este empedernido espectador. Como siempre, clasificaré las películas por su origen, comenzando por las españolas. Sin lugar a dudas, y entre las que juegan en la primera división en la producción de cine en nuestro país, es El buen patrón, de Fernando León de Aranoa, con una interpretación sublime de Javier Bardem, la que resulta ganadora, secundada por las muy interesantes, y apegadas a la realidad más reciente, Maixabel, de Iciar Bollain, sobre la asunción del terror por parte de ETA y sus víctimas, y Mediterráneo, de Marcel Barrena, sobre la crisis humanitaria en ese mar, destacando también las interesantes Las leyes de la frontera, de Daniel Monzón, sobre un grupo quinqui de los años 70, y El sustituto, de Óscar Aibar, una interesante propuesta sobre el asentamiento de grupo nazi en España durante la transición.
Es reseñable el batacazo de Pedro Almodóvar y su mediocre Madres paralelas. Pero, quizás por mi vocación racinguista, soy mas de películas de la segunda división, en la que se pueden encontrar joyitas que pueden hacer las delicias de cualquier buen cinéfilo. Entre ellas tenemos películas magníficas que nos hablan de personas y sus sentimientos, como Josefina, de Javier Marco; La vida era eso, de David Martín de los Santos; La hija, de Manuel Martín Cuenca; o Alegría, de Violeta Salama, un auténtico retrato de sororidad multicultural en Melilla; y una obra inclasificable de un realizador con un universo diferente y muy personal, Retrato de mujer blanca con pelo cano y arrugas, de Iván Ruiz Flores. También es destacable el producto de entretenimiento, con excelentes resultados y cuyo destino es el videojuego, Way Down, de Jaume Balagueró.
Entre las películas procedentes de Latinoamérica es muy destacable Nuevo orden, del mexicano Michel Franco, sobre un futuro próximo que hiela la sangre, como todas sus películas; La chilena El agente topo, de Maite Alberdi, una humana y muy divertida parodia del mundo de las residencias de ancianos en clave de documental; la película colombiana, dirigida por Fernando Trueba, El olvido que seremos, que adapta una novela inadaptable sobre la figura del médico y humanista asesinado Héctor Abad Gómez, que, a pesar del gran trabajo interpretativo de Javier Cámara, resulta fallida; la argentina El robo del siglo, de Ariel Winograd, una de las películas mas entretenidas del año, nada que envidiar con las películas de robos a la americana; la coproducción de Chile con el Reino Unido Spencer, de Pablo Larraín, una visión diferente de la desaparecida princesa de Gales con la portentosa interpretación de Kristen Stewart; y, para terminar este apartado, otra coproducción, entre Argentina y Francia, Azor, de Andreas Fontana, que, con una gran sutilidad, nos muestra los entresijos corruptos de la dictadura militar argentina apoyada en la burguesía, la iglesia y los intereses de terceros países.
Dentro de las películas europeas, la mejor que he visto ha sido Quo Vadis, Aida?, de Bosnia Herzegovina, dirigida por Jasmila Zbanic, una sobrecogedora historia sobre el asesinato masivo de los habitantes de Srebrenica por parte del ejercito serbio con la inacción por parte de la ONU. La danesa Otra ronda, de Thomas Vinterberg, nos muestra la peligrosa mezcla entre el alcohol y la desmotivación profesional y vital, con una nueva interpretación magistral de Mads Mikkelsen. Dos documentales de gran calidad destacan sobre manera: la noruega La pintora y el ladrón, de Benjamín Ree, y la sueca El chico mas bello del mundo, de Kristina Lindström y Kristian Petri, sobre la explotación que hizo Visconti del niño sueco con rostro angelical de su película Muerte en Venecia. El director alemán, de origen turco, Fatih Akin hace un interesante retrato de un asesino en serie en El monstruo de St. Pauli. La francesa La chica del brazalete, de Stéphane Demoustier, nos ofrece la enigmática historia de una adolescente acusada de asesinato. El Reino Unido nos ofreció dos propuestas comerciales muy interesantes: I care a lot, de J. Blakeson, un retrato muy fiel de los carroñeros que se ganan la vida esquilmando a personas mayores desprotegidas -¡Cuidado con ellos y ellas, que están al acecho!-; además de la última y mas humana versión del famoso agente 007 en Sin tiempo para morir, de Cary Joji Fukunaga, que despide a Daniel Craig. Otra británica, Cerca de ti, de Uberto Pasolini (sobrino de Luccino Visconti), nos trae una historia de gran humanidad. Y Titane, de Julia Ducournau, Palma de Oro en Cannes, hace de la excentricidad su mérito más destacable. La coproducción del Reino Unido con Australia y Nueva Zelanda nos trae un plato fuerte: El poder del perro, dirigida por la prestigiosa Jane Campion, un western moderno que nos permite gozar de un trabajo descomunal a cargo del londinense Benedict Cumberbatch.
La filmografía hollywoodiense nos ha proporcionado una joya incuestionable: Nomadland, de Chloé Zhao, una maravilla que fluye por las carreteras norteamericanas. El año comenzó con otro interesante western moderno: Noticias del gran mundo, de Paul Greengrass, con un estupendo trabajo de Tom Hanks y la joven actriz alemana Helena Zengel, a la que veremos con asiduidad. The assistant (Filmin), de Kitty Green, una manera tangencial de observar los abusos sexuales de Harvey Weinstein. The mauritanian, de Kevin Mcdonald, nos acerca a las torturas consentidas por la comunidad internacional en la prisión de Guantánamo. Emparentada con ésta vimos El contador de cartas, del buen director y mejor guionista Paul Schrader, en esta ocasión sobre los abusos fotografiados y filmados en Abu Ghraib y sus consecuencias entre presos y carceleros. Dos directores muy prestigiosos nos entregan sus películas: Tiempo, de M. Night Shyamalan, en uno de sus cuentos sobre el paso del mismo, y Clint Eastwood, con Cry Macho, un trabajo menor que puede suponer su testamento cinematográfico o simplemente un bache creativo. En coproducción con el Reino Unido se estrenaron dos interesantes cuentos trágicos: Una joven prometedora, de Emerald Fennell, y Última noche en el Soho, de Edgar Wright. La irrupción de las plataformas es imparable y Netflix ha proporcionado dos títulos interesantes: Claroscuro, de Rebecca Hall, y cómo dos mujeres de raza negra se hacen pasar por blancas, una historia que transcurre hace un siglo; y en el final del año llegó Don’t Look Up (No mires arriba), de Adam Mckay, una lúcida y satírica propuesta, con un reparto impresionante, sobre el motivo mas probable de la extinción de la especie humana sobre la faz de la tierra, la estupidez.
Este es un resumen de las películas del año que me han parecido más relevantes. De las que no he visto, no puedo hablar, pero estoy seguro de que entre ellas hay muchas interesantes, como la islandesa Lamb, de Valdimar Jóhannsson, o la francesa Petite Maman, de Celine Sciamma, y otras muchas. Pero de esas tendré opinión cuando tenga la oportunidad y el tiempo para verlas.