Siempre que hay un estreno del famoso director manchego, la expectación que se crea a su alrededor es enorme, la capacidad mediática es de gran intensidad y eso es algo meritorio y bueno para la taquilla, pero también es cierto que la cobertura que hacen los medios, desde que comienza el rodaje hasta su estreno internacional, no es la misma que se hace para otras películas y directores. En ocasiones, la calidad responde a esa expectación y otras no tanto. En mi modesta opinión, Madres paralelas no responde. La película es como un sándwich, en la parte inicial y la final nos cuenta una historia referida a una fosa común de personas asesinadas al comienzo de la Guerra Civil.
Este tipo de historias son necesarias hasta que no exista ninguna fosa ni enterramiento anónimo en España, ya que es una auténtica vergüenza que a día de hoy existan y que ningún gobierno precedente, de cualquier signo, haya hecho lo necesario para descubrir todas las fosas en España y así poder cerrar todas las heridas, porque, al contrario de lo que dicen algunos, los cadáveres de personas asesinadas descubiertos en una fosa cierran las heridas de sus familias, no las reabren, no puede reabriese ninguna herida que nunca tuvo la oportunidad de cerrarse. Entre la emotiva historia de la fosa común, vemos en la parte central lo más almodovariano de la película, la historia de dos mujeres, una madura y otra muy joven, que coinciden en el hospital cuando van a dar a luz.
Lo que sucede a continuación me resulta muy previsible, hasta que llegamos al minuto 80 de proyección en el que sucede algo entre las dos protagonistas que me descoloca, no lo vi venir, ningún indicio previo me hizo pensar que iba a ser testigo de esta situación. No puedo profundizar más en este aspecto para no hacer spoiler, pero hizo que no me pudiera creer lo que estaba viendo, el guion y los personajes me sacaban permanentemente de la historia, por ello, en mi butaca, miraba muchas veces el reloj para comprobar que el tiempo avanzaba lentamente y la sensación que me invadía era de sopor. Es cierto que Pedro Almodóvar es un director que tiene mucho oficio, sabe rodar con calidad y cuenta su historia una y otra vez, algo que no es un demérito, ya que lo mismo hacen con éxito Woody Allen y Clint Eastwood, pero yo no he podido abstraerme ni un solo segundo de que estaba siendo espectador de una película, en ningún momento me pude introducir en la historia.
Tampoco entiendo que Penélope Cruz se trabuque ligeramente al decir sus diálogos, hasta en tres ocasiones, y aparezca en el montaje definitivo, y esto no es problema de la actriz, es responsabilidad del director y de la montadora, la prestigiosa Teresa Font. De la película me quedo con la frescura de Milena Smit, cuya única aparición anterior en No matarás propició que Mario Casas ganara su Goya, como lo más destacable de esta última propuesta de un director de notable trayectoria y pronunciados altibajos. Aunque no se trate de su mejor trabajo, siempre es un placer volver a ver películas de estreno en el cine Los Ángeles, en el centro de la ciudad, donde tantos aprendimos a ver, vivir y sentir el cine desde la infancia.