Con un título tan significativo, en un país como Estados Unidos, la frase nos conduce al 14 de junio, bajo el manto de una historia con la que el director, actor y guionista Sean Penn envuelve, al amparo de un nuevo ángulo argumental, sus valores y temáticas, clásicos eternos, al galope de los ejemplos memorables de los 90, para definir las relaciones familiares, en este caso las paterno-filiales.
Basada en hechos reales sobre la periodista Jennifer Vogel, El día de la bandera es una terapia familiar de Sean Penn, que entrega toda su carga emocional en cada instante del film, con toda la extensión de la palabra, un argumento que nos presenta a un padre de familia que vive una doble vida como falsificador/estafador/embaucador para mantener a su hija, una relación cuya estructura, por momentos, se construye y se rompe.
Drama con tintes de telefilm, por instantes logra mantener un vuelo rasante de alguna hechura con algunas secuencias de cierto valor de cine independiente, pero cae habitualmente en la nostalgia de un melodrama fallido en base al recurso del flashback y, en torno a los chantajes emocionales y la adicción a la mentira, su guion resulta muy típico y convencional, sin alcanzar instantes motivadores suficientes.
Desnivelada en su tempo, y film menor por sus cualidades generales, el acierto en la dirección y la intensidad transitoria sí dejan entrever cine que intenta ser más que puro pasatiempo. Al compás de música folk, sin apenas vislumbrar el devenir de sus personajes y con la excelente interpretación de la hija del cineasta, Dylan Penn, El día de la bandera, a medias e irregular, encauza equivocaciones extasiada por alcanzar el perdón.