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Crítica: "Unicorn Wars", por Paco España

Alberto Vázquez es un prestigioso director de cine de animación con una dilatada y prestigiosa trayectoria en el ámbito del cortometraje. Suyos son títulos cono Birdboy y otros como Sangre de unicornio, cortometraje en el que podemos encontrar el germen de Unicorn Wars, y Psiconautas, los niños olvidados. Sus películas son de animación en dos dimensiones y sus personajes suelen indicar una sensación agradable, como son los unicornios y los osos amorosos en el caso que nos ocupa, pero no conviene engañarse porque destilan más amargura y mala hostia que yo sea capaz de recordar, ya sea de animación o de imagen real. No son películas para niños, a no ser que no importe que las noches de estos se llenen de pesadillas.


Sus trabajos están trufados de violencia, tanto física como verbal, y necesitan de un espectador con cierta experiencia y conocimiento de lo que va a aparecer ante sus ojos. Con la violencia con la que está tratada la historia, nos habla de la tortuosidad de las relaciones familiares, con dos de los personajes de película que son hermanos, lo que nos hace ser testigos de reflexiones realmente brillantes sobre las relaciones materno y paterno filiales, además de las relaciones tóxicas entre hermanos.


Pero la profundidad de estos temas se narran combinadas con una verdadera teoría sobre las guerras y las confrontaciones entre iguales, porque, aunque se trata de unicornios y osos amorosos, nada parecidos entre si, son considerados hermanos, pero desgarrados por la fiereza de sus confrontaciones, fruto de una educación y tradiciones interesadas de los estamentos que gobiernan a los que, sin ser conscientes de ellos, solamente son auténtica carne de cañón. Por ese motivo, esta película, a pesar de lo que pueda parecer en una primera impresión, tiene más parentesco con Senderos de gloria, de Stanley Kubrick, que con cualquier título de la factoría Pixar o de la saga Tadeo Jones. Unicorn Wars estaba nominada al Premio Feroz Arrebato de Ficción entregado recientemente, que finalmente recayó en La piedad, de Eduardo Casanova.