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Crítica: "La piedad", por Paco España

El peculiar director Eduardo Casanova nos hace entrega de otra de sus trasgresoras propuestas. No podemos olvidarnos que es el director de la película Pieles y del cortometraje Eat my shit, que no voy a traducir, y, aunque su cine está envuelto en permanentes tonos morados y rosas, intenta epatar al espectador en todo momento, creando imágenes que pueden escandalizarle si no está avisado ni preparado hacia el estilo creativo del joven realizador madrileño. La piedad, que ha ganado el Premio Feroz Arrebato de Ficción, nos cuenta la historia de una madre opresiva, manipuladora y castradora, interpretada por Ángela Molina, que lleva estos conceptos a niveles inimaginables para una mente standard, pero la de este director es todo menos standard.


La madre ejerce una sobreprotección que tiene más de sobre que de protección sobre su hijo, interpretado por Manel Llunell (Malnazidos), al que anula y somete a mutilaciones gratuitas, al tiempo que a éste le es diagnosticado un cáncer, mientras su madre pretende y hace creer que la diagnosticada de esa enfermedad es ella, mientras ensaya e interpreta con un grupo de danza y canto japonés en el que quiere ser la primera estrella a toda costa, recordando el famoso título de Mankiewicz, Eva al desnudo. Toda esta situación, que se desarrolla entre el rosado domicilio de los dos personajes principales y las dependencias hospitalarias, se entremezcla con la ausencia del padre, Antonio Durán (Canallas), que, tras abandonar a su esposa e hijo, vive con su amante, la habitual del director, Ana Polvorosa (Con quien viajas), que desea quedarse embarazada. Todo aderezado por otra situación de enorme opresión que sufren varios persones norcoreanos bajo el régimen dictatorial de su país. Como se puede observar, el batiburrillo es más que considerable y tengo la sensación de que el director intenta epatar con el contenido visual de la película, pero no puedo reconocer que exista un esfuerzo proporcional en desarrollar una historia que se pueda seguir más allá de la repulsa o la fascinación que las imágenes puedan generar en el espectador.


Aparte de los intérpretes citados, también aparecen Macarena Gómez (Musarañas), Daniel Freire (Campeones), María León (El universo de Oliver) y Alberto Jo Lee (Xtremo). Si el director utiliza sus creaciones como terapia, bienvenidas sean, aunque lamento todo el sufrimiento que se vislumbra tras sus personales imágenes, con las que no pude conectar de manera eficiente por la ausencia de un hilo argumental que me condujera a lo largo del relato. Conviene no confundir el nombre de este director, que crea un espectáculo visual en cada paso que da por cualquier alfombra roja que pisa, con otro director de producciones televisivas, con el mismo nombre y apellido, como Amar es para siempre, y cuyo estilo se sugiere en las antípodas.