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Crítica: "La casa entre los cactus", por Paco España

La casa entre los cactus abrió la competición oficial de óperas primas, primera o segunda película de director o directora, en el reciente Festival de Cine de Santander. Se podía ver en la sala interior del Centro Botín accediendo con una entrada de 3 euros, o en el Auditorio exterior de manera gratuita. La proyección en el interior del Centro Botín tiene varios handicaps, el más importante la ínfima comodidad de las sillas de la sala, ya que el acto, con la entrega previa del Faro de Honor a Antonio Resines, la película y el posterior coloquio con la directora y el productor, sumó la nada despreciable cantidad de 140 minutos, haciendo que la silla se convirtiera en un instrumento de tortura, nada indicado para disfrutar de una película. Otro de los problemas de la sala es el sonido, claramente deficiente, con diálogos y frases que no llegan a entenderse bien. La proyección de la imagen de la película es solamente aceptable, sin ser excelente. Sobre la película propiamente, está dirigida por Carlota González-Adrio, de 24 años en el momento de dirigirla.


Su único bagaje anterior es el cortometraje Solsticio de verano. La película se viste de calidad contando con la fotografía de Kiko de la Rica, la música de Zeltia Montes, las correctas interpretaciones de Daniel Grao (HIT), Ariadna Gil (Zona hostil), la joven Zoe Arnao (Las niñas) y Ricardo Gómez (El sustituto), en el mejor trabajo de todos como el intrigante senderista que llega a la alejada casa donde vive la familia. La película es una adaptación de la novela de Paul Pen del mismo título publicada en 2017, y el guion está escrito por el mismo autor de la novela. Pero, a pesar de todos estos mimbres, que a priori pueden ser positivos, la película tiene un problema fundamental básico, sus responsables no saben que la finalidad de la expresión cinematográfica es mostrarnos lo que hacen los personajes, para saber lo que piensan y lo que pasa por sus mentes. Las películas que solo muestran lo que hacen los personajes, son las de acción pura, que no es el caso, ni mucho menos.


En La casa entre los cactus vemos lo que hacen los personajes, pero no sabemos ni sabremos nunca las motivaciones que tuvieron y tienen para hacer lo que hicieron, con lo que la película genera en el espectador mínimamente reflexivo una sucesión de cuestiones (porqué esto, porqué lo otro, porqué lo de mas allá...) sin recibir nunca ninguna contestación a ningún porqué. Lo que suele justificarse en estos casos es que el espectador responda a los porqués como quiera, pero eso es como hacer trampas al solitario, una clara declaración de incompetencia. Además, la película comienza con la secuencia de 10 minutos de un accidente de tráfico que está mal planificada y es prescindible en el transcurso argumental de la película. Es un error de bulto ofrecer información inservible en el planteamiento. Definitivamente, da la impresión de que La casa entre los cactus es una película programada para beneficiarse de los beneficios fiscales y de producción que se obtienen al rodar en Canarias, porque parece que la necesidad de contar esta historia no era realmente perentoria.