Lo primero que tengo que decir de Voy a pasármelo bien es que su título crea unas expectativas que no me han sido satisfechas. Tampoco diría que me lo he pasado mal viéndola, pero su argumento, historia e interpretaciones están a un nivel mucho más básico de lo que está llegando a mis oídos, salvando, eso sí, los trabajos de los jovencísimos actores y actrices que, con diferencia, son lo mejor de la película. En unas declaraciones en la cadena SER, el día anterior a su estreno, su director, David Serrano -que también es el responsable del guión junto a la bailarina y modelo argentina Luz Cipriota-, decía literalmente 'he plagiado la estructura de La La Land'. Me sorprendió mucho esta expresión para presentar su película en una emisora de radio tan importante (recordemos que, según el diccionario de la RAE, el significado de plagiar es 'Copiar obras ajenas, dándolas como propias') y que no utilizara algún otro término como adoptar, reproducir, reconstruir... porque el plagiar, hablando de creaciones artísticas, tiene muchas connotaciones negativas y resulta extraño usarla con tanta naturalidad, pero hay ocasiones en las que el subconsciente habla por nosotros y puede jugarnos malas pasadas. De todos modos, comparar Voy a pasármelo bien con La La Land me parece, al menos, una temeridad.
David Serrano es el responsable de películas no demasiado afortunadas como Tenemos que hablar, Una hora más en Canarias o Días de cine, siendo su ópera prima, Días de fútbol, en 2003, su título más destacable hasta este momento. La estructura de Voy a pasármelo bien es muy simple y, además, muy poco original. Se trata de un grupo de amigos a los que vemos en la actualidad y, en un montaje paralelo, 30 años atrás asomando la cabeza a la adolescencia. En esa época, somos testigos de episodios de acoso escolar, las primeras pulsiones de la sexualidad y las primeras construcciones serias de lo que es la amistad adulta. Cuestiones ya vistas en otros muchos otras muchas películas y a las que ésta no aporta ninguna visión novedosa. En la época actual, se produce el reencuentro del grupo amigos en la ciudad que les vio crecer, Valladolid.
Esta parte cuenta con prestigiosos intérpretes, como Raúl Arévalo, Dani Rovira y la actriz mexicana Karla Souza -que representa el objeto del deseo del protagonista antes y ahora-, que no están inspirados y cuyas interpretaciones parecen avanzar por inercia. Cabe destacar el trabajo de actores y actrices jóvenes que cumplen bien sus cometidos y logran transmitir esos sentimientos y sufrimientos que afloran tan poderosos a temprana edad. Además, son los encargados de protagonizar los números musicales en espacios naturales como calles o colegios con una eficacia encomiable aunque, a estos, les falte cierta espectacularidad. Destaca el simpático trabajo de Rodrigo Gibaja, encargado de verbalizar todas las frases y comportamiento tópicos de aquella época pasada, afirmando una idea y la contraria, sin mediar un segundo de tiempo, con resultado verosímil. La música que aglutina toda la historia es la del grupo Hombres G, que pegó muy fuerte en los años 80 y cuyos temas siempre me parecieron divertidos y marchosos, aunque con letras algo tontas, pero viendo el cariz que han tomado las letras de las canciones juveniles en los últimos años, cargadas de machismo y violencia, aquellas del grupo madrileño me parecen ahora tratados filosóficos.