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Crítica: "Un novio para mi mujer", por Paco España

He de reconocer que no me apetecía un pimiento ver esta película, que tenía pinta de ser una comedia veraniega de enredo y lucha de sexos, remake de otras tantas películas de Argentina, Brasil o Italia con el mismo título. Pero al mismo tiempo me atraía ver otra película dirigida por Laura Mañá, porque todas las películas anteriores que he visto de esta directora barcelonesa no me han defraudado y siempre me han dicho cosas. Desde que, en el 2000, vi Sexo por compasión, le tomé la matrícula para seguir sus propuestas. Siguieron Palabras encadenadas, Morir en San Hilario y La vida empieza hoy, todas interesantes con personajes femeninos de fuerte personalidad. ¡Te quiero, imbécil! es una nota disonante en su carrera. No podemos olvidar que esta directora también ha sido la responsable de dramas sobre mujeres tan relevantes socialmente con Clara Campoamor, Concepción Arenal o Federica Montseny.


Por estos motivos me decidí a ver Un novio para mi mujer y, efectivamente, me encontré una comedia veraniega de lucha de sexos, pero no se trata de una de esas comedias descerebradas que buscan la complicidad del espectador en lo más chusco y banal del mismo. Esta comedia busca la reflexión y la complicidad de unos espectadores que hayan vivido o estado muy cerca de las situaciones que se describen y, por tanto, les sean reconocibles. Como ya se sabe, por todas sus precedentes, la historia trata de un matrimonio de treinta y muchos, con 15 años de relación desgastada por el tiempo y la rutina, que ya no ve en el otro el brillo del que les hizo enamorarse. El hombre no se atreve a plantear el divorcio y, para ello, busca a un gigoló del que ella se enamore y sea ella quien proponga la disolución del matrimonio.


Sin embargo, en ese proceso hay situaciones que provocan la recuperación del brillo y, por tanto, el amor aletargado cobra vida. La reflexión de esta película reside en la búsqueda del motivo que lleva a perder el brillo, el abandono de actividades vitales para la realización personal, sacrificios a necesidades prácticas y económicas, o el mantenimiento forzado de la relación de pareja, que, a la postre, se va a ver muy resentida por esa falta de motivación vital, impregnándose de desánimo. Es necesario pasar la cera, como a los muebles de madera de las casas para que recobren el brillo de antaño, porque, aunque el tiempo lo haya ocultado, el brillo sigue estando debajo. Ya no se ve a simple vista, como ocurre cuando los muebles son nuevos, hay que esforzarse en recuperar el esplendor oculto por el tiempo.


Un novio para mi mujer cuenta con un nuevo recital de esa actriz descubierta por Los Javis a la que no se le resiste un papel, por diferente que sea, de nombre Belén Cuesta (La trinchera infinita, La llamada), a la que dan la réplica tres actores de calidad con trabajos a su nivel: el indeformable Diego Martín (Si yo fuera rico, Sin rodeos) sobre el que parece que el tiempo no pasa; Hugo Silva (70 binladens, Sordo), que saca su versión más cómica y humana para dar vida a un seductor en horas bajas, muy bajas, que ha caído en el error imperdonable de enamorarse de una de sus víctimas del pasado; y Joaquín Reyes, con un aspecto propio de sus personales 'zanguangos', que sirve de nexo de unión entre los distintos personajes. En definitiva, una comedia sí, pero agradable, reflexiva y que no atenta contra la inteligencia.