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Crítica: "La protegida", por Javier Collantes

El cine, como prodigiosa delicia entre letras de abecedario, discurre por varias corrientes, como el llamado 'cine de autor', aunque 'cine de autor' es toda película que se filma a través de un director y equipo. Dicho esto, existe una clase de cine que no recorre las letras, lenguaje de pura evasión, que no engaña al espectador, y su resultado es satisfactorio, dentro de unas claves comerciales. A este ejemplo corresponde, en su faceta de thriller, La protegida, la historia de una niña que es recogida por un legendario asesino. El será su mentor, figura paterna y apoyo. Pasado un tiempo, la niña Anna se convertirá en una de las asesinas a sueldo más importantes del planeta. Cuando Moody, su mentor, es asesinado, Anna jura venganza y, para esta misión, se une, de una manera especial, con un enigmático asesino. A medida que el acercamiento entre ambos es más estrecho, la 'lucha' se hará más peligrosa.


Entre acción, cierta emoción y una puesta en escena comedida, sus coreografías de luchas y disparos son expuestas con el tono de una película modesta, menor, de clase z, dicho con todo el respeto de una película que te entrega puro cine de entretenimiento, donde la letra de calificación es todo un elogio, en las esencias de películas de los años 80 del siglo XX. Dirigida con pulso firme por parte del cineasta neozelandés Martin Campbell, con un estilo clásico de otra época en su manera de rodar, la película en su conjunto final resulta tan admirable como nada presuntuosa.


Una fotografía adecuada a su ritmo secuencial, junto a sus lugares comunes, nos dan un film trepidante, pero controlado, que, junto a sus tópicos, te deja llevar y disfrutar de la acción, de las relaciones entre personajes, que, unido a la venganza, los combates y el sonido de los disparos y explosiones, las miradas y planos conjuntados sin exagerar. La protegida suma, en su reparto de intérpretes, un conjunto presentable: Maggie Q, Samuel L. Jackson, Robert Patrick y un esforzado (aunque por momentos menos convincente) Michael Keaton. Sus canciones, en algunos instantes, son acertadas, como los rastros de algunas esencias identificables, en la línea de Nikita y la saga de John Wick, rumbo a Vietnam, y con una librera amante de los gatos que, en propiedad, contribuye al retrato de una relación paterno-filial, con emociones controladas, una película que cumple su cometido, misión cumplida.