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Crítica: "El contador de cartas", por Javier Collantes

Existen cineastas y guionistas que conforman al séptimo arte de una forma clásica pero distinta, que dibujan en cada una de sus películas otro concepto de rodar y exponer historias que nos conducen al más profundo interior del ser humano. Este es el caso del genial cineasta-guionista Paul Schrader, conocedor de facetas escondidas del alma humana manifiestas en guiones de títulos tan emblemáticos como Taxi Driver, La costa de los mosquitos, Yakuza... y films dirigidos como Affliction, American Gigolo, La marca de la pantera... y su obra maestra Mishima: Una vida en cuatro capítulos.


Ahora, El contador de cartas nos introduce en el mundo del juego, sin ser una película de los juegos al uso, para aparecer de nuevo las máximas de Schrader y dar forma a un fascinante universo narrativo. Con una banda sonora asombrosa, música metal, extraordinaria, y una fotografía de color y emoción en su intensidad lumínica, Schrader habla un lenguaje cinematográfico certero, digno de retener en la memoria del espectador que desea más que un simple y comprensible relato de pasar y olvidar, aquí es una línea de más y más... a través de la historia de un ex-militar y ex-presidiario que, después de haber aprendido a contar cartas en prisión, se convierte en un profesional del póquer cuya tranquila vida, por circunstancias, se rompe con la llegada de un joven que busca ayuda para ajustar cuentas a un ex-coronel del ejército, y ejecutar un plan de venganza, además de una mujer que financia juegos y le conducirá a los casinos de la serie mundial en Las Vegas.


Un Oscar Isaac magistral, Tye Sheridan, Tiffany Hadddish y Willem Dafoe unifican la excelencia interpretativa para proyectar el devenir vital de los protagonistas de El contador de cartas, película que vuelve por los fueros de la redención, hipnótica, deslumbrante, visión demoledora de una parte de las consecuencias, ejército USA y Guantánamo, relato de alguien sumido en el túnel de su pasado, magnífica película tan fuera del campo comercial que se agradece, film que introduce el bisturí humano y cinematográfico hasta dentro y remata con un final de maestría, emotivo, sin palabras.