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Crítica: "Un segundo", por Javier Collantes

El cine dentro del cine, cine sobre cine, es una de las máximas, a veces, de determinadas películas que, a modo de homenaje al séptimo arte, crean una historia en tono nostálgico, un modo sentido sin recargar sentimientos impostados, una manera de mostrar la grandeza en imágenes en tantas definiciones de ¿qué es el cine?, preguntas con variadas respuestas. Para mostrar un ejemplo, Un segundo, película dirigida por el prestigioso cineasta Zhang Yimou, una extensa filmografia de la que recordamos títulos que van de Sorgo rojo a La linterna roja pasando por El camino a casa y Hero, tantas películas de calidad.


En Un segundo, Yimou nos relata una composición visual de primer nivel, una narración y un montaje en los que se notan altibajos por el recorte de la censura pero que, pese a todo y con su propio tempo cinematográfico, se deja ver, un sentimiento de amor hacia el cine a través de un argumento que nos lleva a los tiempos de la Revolución Cultural China y en el que un preso logra huir del campo de trabajo en el que está prisionero con el objetivo de ver, en el cine de un pueblo cercano, un noticiario en el que aparece su hija. Sin embargo, en su camino se encontrará con una niña vagabunda desesperada por conseguir la misma película, la misma bobina, para ayudar a su hermano pequeño.


Con estos mimbres emocionales, y secuencias extraordinarias como el arreglo de los rollos de celuloide para la proyección de la película entre aplausos y griterío y con su propia canción, el sobrio devenir del metraje nos acerca a una China rural y costumbrista. Sobre una fotografía excelente, y otras escenas como la del desierto destacada por su dignidad y sencillez, sin olvidar el humor que coexiste con el drama, Un segundo proyecta la bobina de la emoción, con ciertos tonos clásicos en su estructura, y, sin ser una obra magistral, nos conduce a sentir en primera persona las tripas fílmicas, un nuevo salto a la 'Tierra prometida' del cine.