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Crítica: "Madres verdaderas", por Javier Collantes

En un complejo cuadro humanista, intenso y rodeado de colores, el cine japonés discurre por este lienzo recorriendo los recovecos interiores del ser humano, una clase de cine que siempre ofrece calidad, incluso con su manera de plasmar historias en otro concepto fílmico. Madres verdaderas es la última película de la directora Naomi Kawase, quien, junto a la delicadeza en sus imágenes, nos ofrece un film reposado y de tono intimista, todo ello con un ritmo propio aunque, pese a que las imágenes resultan notables, puede que su excesiva duración (139 minutos) pese en su devenir.


Su argumento nos describe en imágenes un relato sobre la maternidad, una dosis de excelente poesía. Tras un periodo de tiempo sin resultados positivos, una mujer y su marido que desean tener un hijo. Su misión y propósito logran cumplirse cuando se deciden a adoptar un niño a través de una asociación. Unos años después, su paz se destruye ante la llegada de una chica que dice ser su madre biológica y la confrontación comienza... Como una historia de maternidad frustrada, el film entremezcla pasado y presente, un ejercicio sobre otro Japón en un traslado a la ciudad, sin olvidar las perspectivas entre clases sociales y la acomodada vida familiar.


Desde una fotografía muy adecuada, junto al paisaje urbano, y unido a unas sobresalientes interpretaciones guiadas por una dirección impecable, Madres verdaderas denota cine de calidad que nos habla de emociones a través de las miradas entre los personajes y planos de gran belleza, pero sobre manera una historia de mujeres, piel, sensaciones, entendimiento... una película de reposo fílmico y detalles en todos sus aspectos que trasmite una de las esencias intrínsecas del séptimo arte, vida en imágenes, lenguaje femenino en una auténtica odisea por encontrar la comprensión...