Como nos educamos de forma cinematográfica a través del celuloide estadounidense, su manera de tratar temas, su amplitud con los medios técnicos, presupuestos y demás, son el objeto arrojadizo, en el mejor sentido del término, para que una película norteamericana proyecte, por lo general, un sello inconfundible de calidad o de mediocridad, pero el poso queda en la pantalla. Este comentario obedece a Cuestión de sangre, título cuyo desarrollo se encuentra entre Europa y Estados Unidos con los signos de un trazado fílmico que destila dichas peculiaridades. Dirigido por un notable cineasta, Tom McCarthy, con buen pulso, esta historia denota modos de cine de calidad con ciertos toques comerciales y, a pesar de algún bache narrativo, el relato se deja ver, entreteniendo hasta su sorpresa final.
Cuestión de sangre es un thriller, un drama, sobrio, eficaz, que nos cuenta la historia de un trabajador de una plataforma petrolífera que, después de caer en el desempleo, viaja a Marsella (Francia), para visitar a su hija, que está en prisión acusada de haber cometido el asesinato de su amiga árabe y que dice no haber cometido dicho asesinato. Lejos de su casa intentará demostrar la inocencia de su hija. Notable en las marcas entre un drama judicial y social, romántica por momento, la película se inspira libremente en el caso de Amanda Knox, que pasó cuatro años en una cárcel italiana acusada del asesinato de una compañera de piso.
Desde una correcta dirección, y con unas aceptables fotografía y banda sonora, el mejor factor del film recae en sus protagonistas, en especial de Matt Damon, además de la seca e impactante interpretación de Abigail Breslin, una magnífica Camille Cottin y una sensacional Lilou Siauvaud, completando tod@s ell@s unos registros de alto nivel. Con un alto grado de emotividad, a través del sendero de la redención, y apoyándose en la familia y el tono clásico de sus secuencias, ciertos recovecos abren la puerta a un final desolador e impactante. Cuestión de sangre, Stillwater, incluso con sus concesiones comerciales y sabor de telefilm proyectado en un ámbito extraordinario a la gran pantalla, emite calidad en sus 138 minutos, metraje suficiente para salvar la ruptura entre un padre y una hija.