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Crítica: "Minari. Historia de mi familia", por Javier Collantes

El sentido del pensamiento, cultura y costumbres del cine asiático (en este caso Corea del Sur) en su faceta del traslado al espacio norteamericano, conservando las raíces sin olvidar la síntesis en una escritura cinematográfica que avanza por un clasicismo perteneciente a otros tiempos. La película Minari. Historia de mi familia nos presenta un universo familiar en el que un niño coreano de siete años comprueba como, a mediados de los años 80, su vida cambia cuando su padre, madre y hermana se mudan a una zona rural de Arkansas para abrir una granja, un cambio para intentar alcanzar el famoso sueño americano.


El tratado se convierte en un film reposado, con buenos encuadres, una fotografía adecuada, junto a una banda sonora excelente. Con diversos premios y nominada a seis Oscar, en esta impecable producción, en la que figura Brad Pitt -que siempre se embarca en esta tarea en películas de calibres fílmicos más independientes-, el director Lee Isaac Chung recoge una biografía de su vida y sus recuerdos para firmar un drama sobre la inmigración de coreanos y sus condiciones en Estados Unidos, que, con elegancia y sin reforzar las tintas narrativas, consigue, sin ser una obra maestra, reivindicarse como una magnífica película.


Sus personajes e interpretaciones son el aspecto más destacado, nadie se encuentra fuera del cuadro, destacando la abuela y el niño, una lección de sobriedad cuyos gestos y miradas comunican las consecuencias de la lucha de una familia fuera de su entorno. Minari, una planta que nos entrega su esencia de cine bajo planeamientos profundos, para ser vista con calma, con un ritmo distinto, lleno de humanidad, una película de sensaciones encontradas, con dos culturas, pero llegando, en última instancia, a su misión, encontrar su lugar en el mundo. Minari. Historia de mi familia, exquisita película sobre la familia.