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Crítica: "Saint Maud", por Javier Collantes

El denominado cine de terror -miedo, apariciones y demás calificaciones- atraviesa momentos interesantes respecto a su exposición temática y aborda, por ejemplo, acontecimientos basados en hechos reales o fruto de la imaginación de cineastas que golpean con fuerza cierta exactitud en sus imágenes, género relegado, a veces y en el mejor sentido de la palabra, a festivales específicos pero con resultados sorprendentes y poderosos motivos para ser vistos. A este ejemplo, de diferentes formas, se corresponde Saint Maud, una película sorprendente, inquietante, por momentos sensacional, dentro de un estilo más comedido, sustentada por una iconografía detallada, una puesta en escena sencilla, tan intensa como demoledora.


Saint Maud nos relata, con secuencias intensas y sin abusar de los efectos especiales o sustos típicos, la historia de una enfermera que, tras un oscuro trauma de un pasado que desea olvidar, se vuelve devota de la fe cristiana y el amor por Dios, una obsesiva sensación de que puede salvar su alma de la condena eterna, creer en Dios, escuchar y sentir, sea cual sea el coste de la salvación, saldrá a su encuentro cuando comienza a trabajar de cuidadora para una bailarina jubilada y enferma de cáncer. Con este argumento, el film se desarrolla con pulso firme, bajo la acertada dirección de Rose Glass, y, siendo un tono distinto, bebe las fuentes cinematográficas, entre otros, de Polanski, excelente muestra de cine intimista y revelador.


Dos personajes, sus fondos interiores y sus miedos, su camino a una cura en fondo y forma, una misión superior cuyo contenido se basa en el éxtasis, la levitación, la espiritualidad... Combinado con una atmósfera tan siniestra como catatónica, a la que contribuye una soledad de tono perturbador y la búsqueda radical por encontrar a Dios -que representa la santidad de uno de los personajes y el proceso mental para exculparse de sus acciones-, Saint Maud es un thriller psicológico que produce algo más que sensaciones, no te suelta, tiene presencia y, además, un final tremendo. Un film impecable, lejos del formato habitual del género, con pulso y pulsión en cada secuencia, una levitación cinematográfica asombrosa.