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Crítica: "El verano que vivimos", por Paco España

Una de las pocas cosas buenas que tiene El verano que vivimos, de Carlos Sedes, es que, desde el comienzo, no engaña. En los primeros segundos vemos unos maravillosos encuadres con una soberbia luz de atardecer, acompañados de una música diegética de tonos melancólicos. En la primera secuencia con personajes vemos al interpretado por Javier Rey conduciendo un Citroën dos caballos por un camino pedregoso entre una inmensidad de viñedos y consultando un mapa de carreteras mientras lo hace. Pero si está en una propiedad privada, ¿para que consulta el mapa de carreteras?


Lógicamente se pega un tortazo contra una cepa, lo que le produce una herida en la ceja y la irrupción en escena de una bella mujer que le da un pañuelo para que se limpie la sangre. Pues bien, ya sabemos que vamos a asistir, durante dos largas horas, a una historia, más tarde sabremos que se trata de un melodrama, que va a tener una excelente fotografía, buena música y una estupenda dirección artística para contarnos una historia que se desarrolla entre los viñedos de Jerez de la Frontera en 1958, pero el argumento va a ser una sucesión que previsibles conflictos sentimentales que salpican un guión cuyos responsables tendrían que haber visto completa la filmografía del director alemán Douglas Sirk por la escasa posibilidad de que se les hubiera pegado algo.


Da la sensación de que es una película que ha nacido obsoleta, que ya ha quedado anticuada antes de su estreno. Es un claro producto anterior a la pandemia, que buscaba en la prensa rosa un trampolín idóneo para su lanzamiento. No olvidemos que sus dos protagonistas, el mencionado Javier Rey y Blanca Suárez, son presunta pareja sentimental en la vida real, y digo presunta porque los caminos del marketing son inescrutables. Además de estos dos protagonistas aparece, como tercer vértice del triángulo, Pablo Molinero (serie de TV La peste), al que habría que subtitular porque, en ocasiones, no se entiende lo que dice. Además hay dos personajes jóvenes interpretados por Carlos Cuevas, salido de la cantera Merlí, y Guiomar Puerta, ambos integrantes de la serie 45 revoluciones de la misma productora, la gallega Bambú, protagonizando una ramificación argumental totalmente inverosímil.


Cabe destacar las breves intervenciones de dos profesionales que lo demuestran siempre que aparecen, como Manolo Morón y Adelfa Calvo, aunque sus papeles son tan escuetos que apenas tienen influencia en el resultado final. Si se teclea melodrama en Google aparece 'Obra cinematográfica destinada al gran público, que presenta sucesos dramáticos o violentos para exaltar los sentimientos, a menudo de modo exagerado y con una escasa elaboración psicológica y artística'. No es la mejor definición del melodrama, pero a esta película le va como anillo al dedo.