Parafraseando a una obra maestra de Martin Scorsese, y que en España adquirió el absurdo título de ¡Jo, que noche! cuando originalmente era After hours, la película de la que hablamos hoy podría titularse ¡Joder, que noche! Se trata de una nueva entrega del género de películas de Mario Casas, un actor que está mejor dotado para la interpretación física que para la verbal y en esta entrega habla poco, lo que juega a su favor. Lo que es indudable es el tremendo atractivo que el actor tiene en taquilla, lo que ha convertido a No matarás en la película más vista en su primer fin de semana en cines.
El director David Victori tiene una prestigiosa carrera como cortometrajista, con dos títulos tan relevantes como Reacción y La culpa. Más tarde trató de continuar su carrera en Estados Unidos dirigiendo Zero, el germen de una serie que no llegó a fructificar a pesar de su probable interés. Tras su regreso a España, dirigió la mediocre El pacto, antes de ponerse al frente de la película que hoy tratamos. No matarás nos muestra sus cartas desde el principio. Comienza con un plano secuencia, recurso cinematográfico que irá jalonando todo el metraje del film, que nos muestra el cogote de Dani, el protagonista, con el que somos testigos de su situación vital y del giro que ésta va a dar.
Lo que también nos dice es que los espectadores vamos a vivir en primera persona las situaciones que le ocurran. Este mismo recurso ya ha sido utilizado por otros directores como es el caso de los hermanos Dardenne para la película El hijo, con magnífico actor francés Olivier Gourmet, pero Victori no es ninguno de los hermanos belgas, ni dirigiendo, ni escribiendo el guión, ni Mario Casas es Gourmet. La película comienza con expectativas positivas, especialmente cuando se encuentra con un personaje muy especial, interpretado por una actriz que debuta, menuda y desconocida, llamada Milena Smit (no lleva h), pero menuda actriz, un auténtico volcán de sensaciones en ebullición.
Pero cuando el guión opta por hacerla desaparecer, el interés, al menos el mío, por lo que le suceda al protagonista baja enteros de manera alarmante. A partir de ese momento la película se convierte en una situación de carreras, huidas, peleas, todas muy movidas, filmadas con cámara al hombro, sin apenas un plano fijo en el que el espectador se pueda situar, con exagerados efectos de sonido y con todos las localizaciones de la acción increíblemente cercanas, para hacer factibles los planos secuencia sin emplear tiempo fílmico en ir de un lugar a otro, además de crear situaciones de guión literalmente imposibles, pero convenientes para la continuidad de la historia, con un final abierto y previsible con un dilatado primerísimo plano fijo, ahora sí, del actor gallego, auténtico protagonista de la función.