De mi gran admirado David Lynch, una película tan extraña como hipnótica: Inland Empire (2006), un relato tan grandioso que suscita todo tipo de conclusiones, a su favor o en contra. Con música de Krzysztof Penderecki y el propio Lynch, que también firma la fotografía, los surcos del relato mezclan realidad y distorsión.
Lynch nos presenta, en un remake de una historia germano-polaca, un relato expresionista tan maldito como extraño sobre una actriz con grandes dificultades enamorada de su compañero actor. A lo largo de sus tres horas y 17 minutos de duración, Inland Empire tira de pesadillas, ambientes envolventes y sonidos distorsionados.
Esta película tan fascinante como retorcida que resulta ser Inland Empire se presenta, además, con un reparto excepcional en el que destacan la presencia e interpretación de Laura Dern y la mirada de Jeremy Irons, acompañados por los también oscuramente seductores Julia Ormond, Harry Dean Stanton, Nastassja Kinski...
Clavado sobe los espejos del relato difícil y abrumador, pero extrañamente atractivo, Inland Empire logra atraparte porque es esa clase de cine salido de la mente de un gran inventor de sueños, con sus imágenes relevantes y escenas que no perecen con el paso del tiempo, una extraña lámpara con poderes sensoriales.