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"Primavera 'trumpetena' de cine II", por Javier Collantes

El cine francés siempre ha contenido en sus películas una extensa captación del romanticismo más directo, a veces visceral, con sus razonamientos tan justos como necesarios de ver y sentir. Así como una oda a las relaciones sentimentales, desde muchos puntos de vista, la primavera romántica es una nueva concepción del término romance, con sus luces y sombras.


François Truffaut, cineasta de la nouvelle vague francesa ofrece en el film Jules y Jim (1961) otro prisma de las relaciones de pareja, sí, otra época del cine, otros tiempos, pero con la perspectiva de un relato rompedor. En 1912, Jules y Jim se conocen, se hacen amigos inseparables y se enamoran de la misma mujer, pero uno se casa con ella y el otro se queda solo.


Con el análisis de Truffaut, el relato ofrece pasión con un lenguaje directo, sin concesiones, secuencias que permanecen en la retina del espectador en este viaje de tres personas a través de sus reacciones personales. A pesar de que su rodaje fue angustioso, Jules y Jim fue y es una gran obra cinematográfica con un reparto magnífico: Jeanne Moureau, Oskar Werner y Henrie Serre.


Escenas de amor y persecución, libertad, arte y vida hacen de Jules y Jim, con una dirección sublime que muestra la grandeza del mencionado movimiento fílmico, un relato que persigue una verdad que expone en cada plano de la mano de personajes que, en su propuesta íntegra, se presentan como seres humanos que buscan nuevas respuestas en su huida hacia nuevas ideas.


Como contestación de los protagonistas en sus actos, y siempre a través de una historia diferente con nuevos aires en su ritmo, Jules y Jim es fascinante tanto en forma como en fondo, con unos tonos exentos de enganches estereotipados, un film que respira esencias de otra caligrafía del séptimo arte. Truffaut y sus circunstancias para una primavera en glorioso blanco y negro.