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Crítica: "La vida oculta", por Javier Collantes

(¿) El cine es una forma de percibir la vida (?) (¿) También las sensaciones y la creencia de un más allá (?) (¿) La virtud casi hipnótica de creer en un Ser que creó el mundo (?) Preguntas y respuestas en el denominado cine religioso y sus múltiples facetas, films de vidas ejemplares en su visión del Creador. Desde hace un tiempo, el director, productor y guionista Terrence Malick se ha convertido en punta de lanza narrativa sobre el ser humano con sus tonos filosóficos, cine portentoso con las esencias del cine europeo siendo un cineasta norteamericano, cercano a una forma de contar historias desde un punto de vista más personal, implicándose de una manera interior en la existencia de cada detalle para trazar la grandeza y miseria de las vicisitudes del ser humano.


Recordamos películas de Malick desde un vértice cinematográfico menos comercial y exento de concesiones a la galería: La delgada línea roja, Malas tierras, El árbol de la vida , El nuevo mundo... Ahora, en su última producción nos ofrece un relato sobre la coherencia religiosa en la conciencia de un hombre que se declara objetor ante el nazismo. Su argumento nos traslada a la historia verídica de un austriaco católico objetor de conciencia en la Segunda Guerra Mundial, cuando un granjero, con mujer y tres hijas, se resiste de forma rotunda a prestar juramento a Hitler, al nacionalismo y su ideología del odio. Llamado a filas del servicio militar para combatir por el Tercer Reich, Vida oculta es la historia de un mártir y, a su vez, un héroe, venerado por la Iglesia Católica como un hombre luchador y fiel a sus ideas, en todos sus sentidos.


Vida oculta es un film destacable, sí, una notable película, sí, pero Malick se excede en la duración del metraje, 174 minutos, y quizás en su parte final, que se alarga sin control permaneciendo en el ánimo del espectador un deseo de terminar. Narrada con voz en off, y desde su notable dirección artística entre planos angulares, de ojo de pez y contra picados, Vida oculta, que suma una excelente fotografía del luminoso paisaje austriaco y grandes interpretaciones (en especial Bruno Ganz), es el film más abierto y lineal del cineasta con paisajes bíblicos entre tierra y cielo acompañados por la música de Handel y Bach, un contemplativo poema sinfónico y cinematográfico, escritura fílmica de otra tinta digital que conserva las esencias del 35 mm.