En una muy, muy lejana galaxia surgió un rey cinematográfico llamado George Lucas que, con su gran imaginación, creó una gran industria, un universo que, con el transcurrir del tiempo, sigue surtiendo al cine de nuevas aventuras galácticas. Pasados 42 años, estos espacios siderales son una saga plagada de éxitos, alabanzas de público y crítica, una continua fábrica de capítulos y proyecciones que llegan a un presunto momento de despedida para tantos y tantos instantes icono en la Historia del cine.
J.J. Abrams dirige este Episodio IX, Star Wars: El ascenso de Skywalker, y cierra un doble ciclo después de haber dirigido el primero de los otros dos capítulos de esta última trilogía, El despertar de la fuerza, y producido el anterior, Los últimos Jedi. Ahora sus protagonistas -Rey, Poe, Finny y el resto de integrantes- tendrán que luchar ante la nueva amenaza que se acerca junto a viejos conocidos. Viajes y batallas por doquier, una colisión para salvaguardar la paz en la lucha de poder entre el bien y el mal.
Siendo una película para fans, Star Wars: El ascenso de Skywalker denota en su narrativa y ritmo un modo de teletransportarse precipitado, y la solución final del entramado argumental resulta de trayectoria plana y por instantes cortocircuitada. La dirección mecánica recurre al vuelo emocional de John Williams y una partitura que, de reiterativa, termina por bajar la temperatura hasta extremos de frialdad notable, grados que recuperan las tonalidades fotográficas y el carisma interpretativo.
De hecho, este universo se expande con los claroscuros de polivalencia que proporciona Adam Driver y el rescate que proporcionan las apariciones de la gran Carrie Fisher o los momentos luminosos de Harrison Ford y Mark Hamill. El resto de elementos restan fuerza y caen en las sombras pese a los láseres, un relato plúmbeo a años luz de sus orígenes con un tono más infantil y menos creativo, un espacio digital políticamente correcto para Jedi y Sith, los miedos internos sobre la identidad de Rey y Kylo Ren.
Aunque entretiene en algunos pasajes de su metraje, Star Wars: El ascenso de Skywalker evidencia falta de alma, corazón y vida planetaria. Ni más, ni menos. Según mi criterio subjetivo. Este vuelo galáctico, entre criaturas y máquinas de todo tipo, se despide de la fuerza con una nave cinematográfica que definitivamente pierde gas y se ubica en un plano fílmico a años luz de sus predecesoras. Había una vez... Una guerra de galaxias, un imperio y un retorno del Jedi. Sin falsa nostalgia, eran (son) mejores.