Estamos ante la segunda entrega de la Trilogía del Baztán, según novelas de Dolores Redondo. El Baztán es un valle situado al norte de la comunidad foral de Navarra, lugar en el que, en la Edad Media, habitaban los agotes, un pueblo marginado por el convencimiento de que realizaban ceremonias religiosas paganas, entre ellas, la brujería. Estas son las raíces de la protagonista, Amaia Salazar, interpretada por Marta Etura (Mientras duermes), inspectora que comienza la película embarazada pero que mantiene la necesidad de atender a su hijo recién nacido el resto de la película, sufriendo en sí misma las dificultades para conciliar la vida profesional y familiar de una joven madre con un puesto de responsabilidad en la policía.
La investigación de unos excéntricos crímenes le lleva a investigar a Elizondo, su pueblo natal y localidad más importante del valle del Baztán. A partir de ahí, la fusión entre los crímenes y su propia vida y familia forman la amalgama que vemos en la pantalla. No se le puede negar pericia técnica a la película, ni tampoco un magnífico plantel de actrices y actores, desaprovechados en su mayor parte: resalta, por su calidad, la secuencia que la protagonista comparte con Ana Wagener (El reino), pero los demás -Leonardo Sbaraglia (Plata quemada), Elvira Minguez (Pasaje al amanecer), Pedro Casablanc (B. de Bárcenas), Itziar Aizpuru (Loreak), Susi Sánchez (La enfermedad del domingo), Fracesc Orella (Merlí), Paco Tous (La puerta abierta), Manolo Solo (B. de Bárcenas), Miquel Fernández (Litus), Marta Larralde (La mano invisible) o Imanol 'Alcántara' Arias (Anacleto. Agente secreto)- realizan un trabajo tan mecánico como impersonal.
Legado en los huesos adolece del mismo mal de su predecesora, El guardián invisible: una completa ausencia de empatía del espectador con los personajes. La capacidad que tiene para hacer que éste se abstraiga de su vida cotidiana y se introduzca en las situaciones y vidas de los personajes es absolutamente nula, al menos en mi caso. Siempre fui consciente de que me encontraba en la butaca de una sala de cine, pero cuando veo una película siempre tengo la esperanza de olvidar esto y viajar por otros lugares, por otras realidades y por otras emociones. El director de esta película, Fernando González Molina, lo es también de, aparte de la mencionada El guardián invisible, de Palmeras en la nieve, Tengo ganas de ti, Tres metros sobre el cielo y Fuga de cerebros, un currículo que no invita al entusiasmo.