El cine de mafias, el habitual gánster, resulta una línea más dentro del espacio cinematográfico, un género y una transversalidad, relatos que el séptimo arte refleja con amplitud en su puesta en escena, portentosos, directos, acompañados de múltiples lecturas... y, posiblemente, el maestro Martin Scorsese es su gran baluarte con sus ideas sobre la vida, la religión católica, el arrepentimiento o la conformidad de haber actuado correctamente.
Scorsese ofrece en El irlandés una declaración más sosegada de un relato apasionante en el que, sin traicionar sus ideas, vuelve a la idiosincrasia del mundo del hampa, a través de unas décadas, con sus hechos en honor y gloria, con sus razones, miserias y creencias de una parte de la condición humana que, con sapiencia y basado en hechos reales con la libertad de ficcionar otra realidad, muestra con elegancia fílmica.
Me han dicho que pintar casas... es la frase que traslada al cine el libro de Charles Brandt en el que se basa El irlandés, una historia reflexiva, centrada en el asesino a sueldo de la mafia Frank Sheeran, sobre el paso del tiempo y la amistad, un viraje entre la violencia y la integridad mostrado con clarividencia, un argumento que relaciona la trama con la extraña y misteriosa desaparición del conocido sindicalista Jimmy Hoffa, declarado muerto en 1982.
En una trama por décadas, con una postproducción cuyos efectos digitales se utilizaron para rejuvenecer a los personajes, su intenso tono doloroso y profundo queda reflejado a los largo de sus 210 minutos de metraje. Con ciertas referencias a Uno de los nuestros, Erase una vez en América... la armonía en sus planos y una oscura fotografía tenue, en El irlandés se percibe una producción para una plataforma televisiva, sin por ello desmerecer su dimensión.
El relato es magnífico. Sin ser una obra maestra, en el peso interpretativo recae su proximidad a la genialidad: Robert De Niro, Al Pacino, Joe Pesci, Harvey Keitel... El irlandés es un ejercicio sobre política, rivalidades, crimen organizado, el devenir, el destino, la fugacidad de la existencia... una película grande, pausada en su ritmo, casi teatral, con dirección extraordinaria que, en modo de cine clásico, nos entrega una manera de hacer y mostrar cine de verdad.