El thriller político, cine de espionaje y turbulencias estatales, engaños y conflictos, es un exponente del basado en hechos reales, inocencia y/o culpabilidad, conspiraciones e investigaciones, cine emocionante si el hecho proviene de altas esferas y su escritura otorga cierta notoriedad a la búsqueda de la verdad y la justicia, el verter los 'trapos sucios' de un gobierno en honor y gloria de sus propios intereses.
Pasado el tiempo, Todos los hombres del Presidente, que marcó escuela en diversos aspectos, sigue siendo una película de referencia, cine con clase, tan descriptiva como intensa. En su variante cinematográfica del libro de bolsillo, Secretos de Estado nos traslada a 2003, cuando políticos británicos y norteamericanos maniobran para conducir a otros países en la legitimación internacional de la invasión de Irak ante la opinión pública.
Para justificar un operativo conjunto en nombre de la libertad del pueblo sometido a la dictadura, ambos países conspiran en el marco resolutivo de las Naciones Unidas ante una posible existencia de armas químicas para aniquilar al dictador de turno, todo ello sobrepasando los límites democráticos y legales, un exceso detectado por una analista de una agencia de inteligencia británica que filtra a la prensa el documento clasificado.
A partir de ese momento, y haciendo uso de leyes que el propio Gobierno decidió comprometer, la joven será tachada de espía y traidora, punto de partida interesante que, sin embargo, con una dirección tosca y plana, carente de emoción, y a pesar de contar con elementos que a priori ofrecen dicha posibilidad, como una investigación o un proceso judicial, no logra conducir por la senda del interés, limitándose a un desarrollo lineal y plano.
Tanto los escenarios como las interpretaciones resultan de escasa calidad, de hecho ni Keira Knightley ni Ralph Fiennes logran salvar el resultado final pese a la voluntad de trasmitir algo de credibilidad, patrón relacionado con el de sus propios personajes. Secretos de Estado solamente resulta rescatable en su intención de relatar con implicación desde una perspectiva fílmica, se ve pero no se siente y el veredicto es plomizo.