Las temáticas cinematográficas de ciencia ficción se encuentran instaladas en una zona de efectividad respecto al gusto de un público que reclama este tipo de género, un contexto futurista, o próximo a llegar, expuesto, por lo general, con toda la parafernalia de los efectos especiales, necesarios puntualmente, en una unión entre argumento y pos-producción desarrollada con las últimas tecnologías en la que, habitualmente desde diferentes prismas, predomina el efecto sobre la historia.
Cineastas como Ang Lee, director taiwanés cuya filmografía incluye grandes títulos (Tigre y Dragón, Cabalga con el diablo, Sentido y sensibilidad, La tormenta de hielo, Brokeback Mountain) de corte humanista y choque de culturas que ha ido arriesgando menos para conservar la comercialidad, manifiesta parte de su clase y compromiso en Géminis, una última película de aspecto visual presentable sobre un guión endeble y unos diálogos bastante pobres.
Un asesino a sueldo del gobierno norteamericano, pasado el tiempo, descubre secretos muy oscuros. Tomada la decisión de abandonar su trabajo, será perseguido por alguien para eliminarle, un agente que es capaz de predecir sus movimientos y que descubre ser un clon de si mismo, pero más joven. Con las constantes de un thriller de acción, Géminis parte de un argumento desgastado en el que no queda rastro ninguna posible trascendentalidad reflexiva.
Bajo persecuciones y efectos, hasta el nivel de las interpretaciones cae en picado, únicamente Will Smith, con un clon que no transmite nada, se salva de la quema, en la que arden Clive Owen en un desastroso papel y el resto del reparto. En su defensa, Géminis es una actualizada pero floja versión del mito de la literatura fantástica, floja pero entretenida si te dejas llevar por las persecuciones entre el clon y el original, porque la credibilidad argumental se precipitó entre sus imágenes por segundo.