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Crítica: "La pequeña Suiza", por Paco España

Kepa Sojo, director alavés habitual del festival de Aguilar de Campoo, nos lleva a su Llodio natal para contarnos una historia de estereotipos regionalistas, muy del gusto del público patrio como se demostró con los títulos de los ocho apellidos. Situado en un enclave castellano, como una isla en territorio vasco -a modo del Condado de Treviño-, se desarrolla una acción a cuyo guión no hay que buscarle ningún objetivo mas allá del de pasar un poquito más de una hora de manera divertida, ya que su ánimo de trascender es escaso o nulo.


Una de las situaciones más cómicas es que en el pueblo hay dos facciones: la pro-vasca, abanderada por una gran actor, Kándido Uranga; y la pro-castellana, por otro no menos grande, Enrique Villén, cuyo personaje tiene la característica de ser 'Cantabrón', concretamente de Colindres, pero, como dice uno de los personajes, 'Colindres, Laredo, Castro, pero eso ¿no es Euskadi?'.


El descubrimiento accidental de un sepulcro en el que está enterrado un descendiente de Guillermo Tell, personaje histórico de dudosa existencia, hace aparecer un documento que acredita que el pueblo, Tellería, es, en realidad, un cantón Suizo, opción que llena de euros las mentes de las fuerza vivas, especialmente las políticas, y provoca que dos enemigos irreconciliables, el vasco y el castellano, formen una alianza en contra de la opción centroeuropea, que hace resucitar, con todo el sarcasmo del mundo, las estrategias de la banda terrorista ETA.


Con un guión poco brillante a base de las confrontaciones ideológicas propias de la situación, aderezado con un pentágono amoroso con tensión sexual más que resuelta y aliñado con el arsenal eclesiástico que lleva la vis cómica de Secun de la Rosa, se construye una historia que no pretende ser más de lo que es y, precisamente por eso, se hace simpática y digerible, aunque la secuencia de Antonio Resines como guardia civil y el propio director como ertzaina no tiene ningún sentido dramático y sobra a todas luces, lo mismo que la aparición anecdótica de Karra Elejalde.


A los intérpretes nombrados hay que añadir a los televisivos Maggie Civantos (Vis a vis) y Jon Plazaola (Allí abajo), además de Ingrid García-Johnsson (Taxi a Gibraltar), y los buenos trabajos de la escuela vasca de Ramón Barea, Lander Otaola, Mikel Losada y Maribel Salas, cuyo trabajo, junto con los anteriormente nombrados, mantienen el conjunto fuera del sonrojo.


Kepa Sojo tiene una dilatada trayectoria como cortometrajista, destacando como uno de sus trabajos más premiados Loco con ballesta, donde se pueden apreciar parte de los códigos de su cine, además de Hileta, un despavorido homenaje a Ordet (La palabra), de Carl Theodor Dreyer. Su primer largometraje, El síndrome de Svensson (2006), pasó sin pena ni gloria por la cartelera de cine.