El séptimo arte, como concepto, contiene casi todas las fórmulas de contar y mostrar innumerables historias cercanas al mundo en el que vivimos. Pasado, presente y futuro, realidad y ficción. Los entornos para enriquecer y entretener al espectador también frecuentan, en ocasiones, un cine social y político, con los efluvios del intimismo, rodeado de una definición sobre el mundo. A este ejemplo de clase cinematográfica se corresponde la obra fílmica del director canadiense Denys Arcand, ahora, como un modo de finalizar la trilogía del sentido pragmático sobre los afluentes de una ideología determinante hacia el poder absoluto en el pensamiento para alcanzar el denominado sueño americano.
Así, después de El declive del imperio americano y Las invasiones bárbaras, Arcand concluye ese itinerario con un film vitalista, lleno de humor e ironía, donde lugar y valor se sustentan por el valor de cierto idealismo, ingenuo pero conmovedor, y auxiliado por conceptos como la amistad y la lucha contra el sistema establecido. Sobre un sustento de intensidad secuencial, La caída del imperio americano es un thriller apasionante, con un comienzo que recuerda a Woody Allen y cuyos diálogos de presentación son extraordinarios.
Dos personajes, entre la integridad y la mediocridad, y un sentimiento puesto en escena sin trucajes de ningún tipo para narrar un argumento que nos traslada a Montreal (Canadá). Un joven intelectual de 36 años está preparándose un doctorado en filosofía. Para poder pagar sus estudios, trabaja en una empresa de mensajería como repartidor. Un día es testigo de un atraco fallido en un banco, con dos muertos y dos bolsas con dinero. El dilema está servido: quedarse con el dinero o devolverlo, he aquí la cuestión. Una película que muestra y muestrea diversas lecturas.
Entre otros muchos temas, las clases sociales, los paraísos fiscales, la gente sin techo, el amor, los ideales, la política, el engaño, la coherencia... se convierten en un maravilloso engranaje. Un estudiante de filosofía, una prostituta, un ladrón y añadidos, los protagonistas de La caída del imperio americano construyen un relato de dudas, bondad y solidaridad en el que cada plano, secuencia y diálogos son una bocanada de aire fresco en un film liberador, tan divertido como conmovedor. Con una banda sonora llena de acordes emocionales, la película resulta ser una pequeña gran joya cinematográfica cuya mirada se encuentra a más distancia que el propio sistema.