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"Uno, dos, tres, cuatro, cinco... películas de 2018", por Pelayo López

Nada de Mambo Nº 5. No está el año como para que la euforia se desate, más bien lo contrario. Las costuras de la cartelera han quedado al descubierto a lo largo de 2018, una cosecha (vamos a dejarlo así) justita (y gracias). Si restamos los numerosos no estrenos de los cines de la región, los títulos que a priori ya de por si no suscitan demasiado interés (y dejamos para otra ocasión), y sumamos además los (des)equilibrios (o la imposibilidad) para compaginar todos los visionados de cine en pantalla grande deseados, el resumen fílmico de 365 días se cuenta con los dedos de una mano.


Como suele ser habitual, el primer trimestre se acompañó del estreno de numerosos títulos habituales de la temporada de premios internacionales para la cosecha del año anterior que suele darse por dichas fechas. Además de películas recomendables como Molly's Game, Tres anuncios en las afueras o Yo, Tonya, particularmente me quedo con En la sombra, del director turco-germano Fatih Akin, un thriller político y judicial que surge a raíz de los asesinatos xenófobos perpetrados en Alemania por el grupo neonazi NSU (Clandestinidad Nacionalsocialista) entre 2000 y 2007.


Drama, juicio y thriller se suceden en un tríptico narrativo que aborda el camino de duelo, justicia y redención que emprende una mujer al ver desmoronados sus cimientos familiares tras la pérdida de su marido e hijo en un atentado terrorista. La angelical angulosidad de Diane Kruger encaja a la perfección en este viaje a los infiernos, transformación emocional trifásica incluida, que aborda cuestiones universales que no varían independientemente de las culturas. Globo de Oro a la Mejor Película Extranjera y Premio a la Mejor Actriz en Cannes son reconocimientos a tener en cuenta.


Para completar el primer semestre de 2018, y junto a Un lugar tranquilo o Sicario. El día del soldado, apunto El hombre que mató a Don Quijote, epopeya dirigida por Terry Gilliam, un clásico cuento de fantasía y aventuras inspirado en el legendario protagonista literario de Miguel de Cervantes rodada en diferentes localizaciones de España y Portugal que, curiosamente, no será el único ejemplo de que cineastas extranjeros abordar igual o mejor la idiosincrasia nacional.


El proceso creativo, el cine dentro del cine, la experiencia de la metaficción en una dimensión desconocida cabalgan de modo surrealista hacia un lugar de desenlace certero, un viaje idealista de altos vuelos entre delirios estrafalarios y la esperanza de un sueño, un itinerario sin cordura para un tunante sobresaliente, Adam Driver, y un hidalgo de libro incontrolado, Jonathan Pryce, acompañados de unos acordes Stellan Skarsgård, Olga Kurylenko, Joana Ribeiro, y l@s nuestr@s Óscar Jaenada, Jordi Mollá y Rossy de Palma. Por las aspas de un molino, las magulladuras de su visionado serán una herida abierta que cicatrizará con su vendado de celuloide.


El ecuador del año dejó paso a historias como Waterboys, Cuando los ángeles duermen, Madame Hyde y, fundamentalmente, Todos lo saben, coproducción española rodada íntegramente en castellano, entre Torrelaguna y localizaciones de Madrid y Guadalajara, bajo la dirección del oscarizado cineasta iraní Asghar Farhadi, otro ejemplo más del aprendizaje propio que puede suponer un distanciamiento visual para una análisis pormenorizado.


Penélope Cruz, Javier Bardem, Ricardo Darín, Bárbara Lennie, Inma Cuesta, Eduard Fernández, Elvira Mínguez y Ramón Barea son sólo algunos de los nombres propios de un reparto coral cuyo nivel medio oscila entre el sobresaliente y la matrícula de honor, una historia de personajes encontrados, de un pulso latente que despierta gracias a un Macguffin soberbio que, curiosamente, permite percibir ese caldo de cultivo, ese aroma que, como los mejores vinos, es fruto de los años: pasiones y recelos; romances y desconfianzas; verdades, mentiras y secretos... el adn del ser humano, la calma tensa rota a punto de zozobrar y encallar, estallido (in)esperado de naturaleza proporcionada y radiografía visionaria a merced de una sociedad crónica.


2018 encaró la recta final con películas como Ha nacido una estrella, Animales sin collar, Hunter Killer y El árbol de la sangre, así como Spiderman: Un nuevo universo, una telaraña fresca en una galaxia cinematográfica excesivamente poblada por (super)héroes de todo tipo y condición que devuelve la fe en la conexión entre las viñetas y los fotogramas a los espectadores más sibaritas.


Al más puro estilo LEGO, los responsables de la versión fílmica de las piezas de ensamblaje construyen un multiverso nuevo y diferente, una visión de un personaje manoseado en la gran pantalla sin lápiz ni tinta, un estilo visual revolucionario capaz de mantener guiños y homenajes, traspasar con éxito fronteras de formatos mojados como nunca hasta ahora y ofrecer, al mismo tiempo, movimientos de cámara más cinematográficos que muchas películas sobre el hombre araña y demás.


Por encima de todos los visionados de 2018, fundamentalmente los ya mencionados y meritorios por más de un aspecto, destaco Mamá y papá. Palabras mayores, y no por el exceso de virtud de ciertas atribuciones de mandamases religiosos, sino, curiosamente, por la trascendencia significativa que tiene revertir, aunque sea solamente bajo una mirada cinematográfica de algún que otro subgénero para much@s menor, ciertos dogmas sociales confortablemente establecidos y apenas cuestionados... al menos hasta ahora.


Una epidemia en forma de locura hace que los padres ataquen a sus hijos sin motivo aparente. ¿Y qué más da? Brian Taylor recuerda con esta casquería doméstica de alto voltaje y veneno en la sangre que, más allá del statu quo, al orden establecido y al caos amenazante los separa únicamente el porche del hogar. La crisis bursátil de ciertos valores entra en acción aleatoriamente, y el matrimonio de ficción formado por el recuperadísimo para la causa Nicolas Cage y una Selma Blair que lleva los pantalones de la pareja deja claro a sus hij@s quien manda en casa... ¿serán l@s abuel@s? ¿Reflexión generacional para el papel mojado de la familia convencional? Otras terapias educativas son posibles mientras el sueño americano arde entre neumáticos de todo tipo.