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Crítica: "La casa de Jack", por Javier Collantes

Existen directores que producen rechazo o admiración, cuyos resultados suelen diferir respecto a crítica y espectador, y, por lo general, derivan en opiniones desiguales de amor u odio. En este grupo encaja Lars von Trier, cineasta cuya filmografía no deja indiferente a nadie. Sus temáticas, sus propuestas, su personalidad, sus declaraciones, su forma de observar el mundo... son objeto de controversias y polémicas.


Con una filmografía que se aproxima a las 20 películas y en la que destacan, entre otros, títulos como Europa, El elemento del crimen, Rompiendo las olas, Bailar en la oscuridad, Anticristo y Melancolía, Lars von Trier nos ofrece ahora un film potente, extraño y cruel protagonizado por Jack, un asesino en serie en los años setenta del siglo XX en los Estados Unidos durante cinco episodios-incidentes.


Sus asesinatos, su inadaptación al mundo exterior... a pesar de que la policía le sigue de cerca, sin ser atrapado -él desea ser atrapado-, pero, sobre todo, su mayor empeño es cometer el crimen perfecto, un camino de riesgo por llegar a su destino. Como un ejercicio de cine demoledor, brutal y enfermizo, el director nos ofrece, a los largo de 152 minutos de metraje, un universo propio, la dicotomía y el estudio de un personaje con trastorno obsesivo compulsivo.


Está presente el deseo de redimirse, no sin antes mostrar su teoría del ser humano, el arte, la descomposición, con un tono sádico, la moral, la misoginia, nauseabunda, cuyas secuencias e imágenes resultan una lección de cine compulsivo, con elementos de la paranoia de un ser asaltado por sus pensamientos.


El mal, los estrangulamientos, los rostros reventados y tantas barbaridades son vistas con tanta crudeza, con tonos de comedia nihilista, con desprecio del ser humano, sin esperanzas, inquietante, perturbadora, sin respiro... donde una voz en off pregunta al asesino. Sus respuestas, el nazismo, las obras artísticas de algunos autores, la creación, el dolor, a través de secuencias impactantes.


La divina comedia de Dante: cielo, purgatorio, infierno. La barca de Dante, de Delacroix. Algo de El Bosco... un descenso a la caverna hace de sus imágenes una película de alaridos, diálogos sorprendentes, con una escasa banda sonora del pianista Glenn Gould sólo apoyada por una canción de David Bowie. Sus aspectos narrativos son la pura esencia de un film provocador, pero con el sentido de otro lenguaje cinematográfico.


La sublime interpretación de Matt Dillon con miradas y palabras que son la esencia del film, acompañada por un extraordinario Bruno Ganz, sublime como una especie de representante diabólico, en un paseo por la conciencia cuyo destino es el infierno del asesino en serie, más la gran aparición de Uma Thurman. Un título extraordinario en su concepto capitular, cine del alma humana para abandonar el cine o dejarse llevar por su hipnotismo artístico.