Ganadora del Gran Premio Del Jurado en Cannes, la última propuesta cinematográfica del veterano y controvertido realizador Spike Lee consigue resarcirse (por lo menos conmigo) del mal sabor de boca que me provocó el innecesario remake Old Boy sin llegar, claramente, a los niveles de calidad de Fiebre salvaje, Malcolm X o la excelencia de Haz lo que debas.
En esta ocasión, Lee adapta el libro de Ron Stallworth, basado en hechos reales y biográficos de su autor, narrando la historia de cómo Stallworth se convierte en el primer detective negro del departamento de policía de Colorado Springs y realiza una misión de lo más sorprendente y peligrosa: infiltrarse en el Ku Klux Klan.
En los primeros compases de la película se explora el racismo latente que existe en el departamento de policía y en el resto de la sociedad, un clima de tensión que se personifica en los discursos opuestos del personaje de Alec Baldwin (en una corta aparición) y de Corey Hawkins como Kwame Ture -un orador ex pantera negra- que, a su modo, comparten la creencia de que una guerra entre la raza blanca y la negra es inevitable.
La presentación de personajes, tanto protagonistas como secundarios, es de lo más correcta. Los cabezas de cartel, John David Washington y Adam Driver, realizan un trabajo muy solvente como policías infiltrados. Una mención especial para la actriz Laura Harrier, que consigue imprimir carácter a un personaje con fuertes creencias políticas y que no ejerce como simple interés amoroso de Stallworth.
Lee no consigue que su film sea redondo. Padece un cierto desequilibrio en su mezcla de historia de amor, investigación policial, sátira con breves momentos 'cómicos', la reivindicación de la entidad étnica-cultural y la exposición de sucesos dramáticos históricos con un claro mensaje racial.
Entre lo más destacado: el trabajo de ambientación del film, su banda sonora, la brillante aparición de Harry Belafonte y el cierre del film, mostrando los sucesos reales del pasado año acontecidos en Charlottesville que acabaron con la vida de Heather Heyes como una clara denuncia hacia el racismo institucional, dejando patente el largo camino que aún queda hacia la igual racial.