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Crítica: "El desentierro", por Paco España

El desentierro es la primera incursión en el largo de Nacho Ruipérez, anteriormente realizador de cortometrajes que, especialmente con uno de ellos, La ropavejera, ganó numerosos premios, un sobrecogedor y sórdido trabajo basado en el caso real de 'la vampira de la calle de Poniente', un personaje real que existió en la Barcelona de principios del siglo XX y que realizaba transacciones comerciales con menores entre la clase política y la alta burguesía de la ciudad.


Ana Torrent, protagonista de La ropavejera, es una de las actrices de El desentierro, aunque la mayor parte de la película está entubada en la cama de un hospital. Completan el reparto Leonardo Sbaraglia (Relatos salvajes), Francesc Garrido (La adopción), Jordi Rebellón (serie Hospital Central), y los jóvenes Michel Noher y Jan Cornet (La piel que habito).


El desentierro cuenta la historia de un reencuentro de dos amigos, 22 años después de la desaparición del padre de uno de ellos. Una misteriosa mujer abre la espita de la investigación de los dos jóvenes sobre aquella misteriosa desaparición. Un pasado y tortuoso camino de corrupción política, droga, prostitución y trata de mujeres se abre ante ellos. Difíciles descubrimientos que conducen a esclarecer los hechos.


No se puede decir que El desentierro sea una mala película. Tanto la historia, como las interpretaciones, como los aspectos técnicos son aceptables, pero el conjunto no es capaz de crear un buen producto. La historia resulta demasiado enrevesada, con varias ocasiones en las que las cosas suceden porque sí, sin una construcción ni justificación previa. Su realización está plagada de planos aéreos con dron, desde el mismo inicio de la cinta, y resultan muy reiterativos. En algunos momentos pueden justificarse, pero en la mayoría son una autorecreación sin demasiado sentido.


Los personajes resultan demasiado planos, con escasa progresión dramática, que se limitan a hacer cosas. Por todo ello, resulta una película superficial, que no deja poso y cuyo recuerdo dura poco más de lo que dura la propia proyección. A lo máximo que puede aspirar es a conseguir un rato de entretenimiento y a buen seguro que en algunos casos lo logra.