Calabazas, trucos y tratos, máscaras, chocolatinas... Halloween se acerca y el mundo audiovisual lo sabe. El claro ejemplo lo tenemos en la gran pantalla: la nueva entrega de la saga de Halloween ha alcanzado la mayor recaudación en la taquilla estadounidense durante su primer fin de semana, superando así a sus predecesoras. Este tirón hacia el festivo más escalofriante del año es algo que la plataforma de Netflix conoce y por ello, esta vez, ha querido adelantarse estrenando el 12 de octubre La maldición de Hill House, una serie de diez episodios basada en la novela homónima de Shirley Jackson. Si eres seguidor de la novela original advertirte que en el guión adaptado existe gran libertad argumental respecto al relato inicial -esto es, en gran parte, gracias a Mike Flannagan, el director de la serie-, pero si es tu primer cara a cara con la historia no te dejará indiferente.
Analizando la principal trama, nos encontramos con que los sucesos nos resultan conocidos por numerosas obras anteriores: una familia se muda a una casa en medio de la nada que resulta estar encantada y en la que conviven con inusuales inquilinos, fantasmas. Los Crain, en cambio, van mucho más allá que el estereotipo al que estamos acostumbrados, este núcleo familiar formado por la madre, el padre y sus cinco hijos nos dejará ver el lado menos conocido de las historias de terror, el lado más humano, más natural al que puede llegar a enfrentarse una familia en la actualidad. La serie trabaja en dos líneas temporales muy claras. La primera transcurre cuando llegan a la casa y el mayor de los hijos tan sólo tiene 12 años. La segunda, en la actualidad, cuando los hijos ya son adultos y retoman las historias de la infancia que nunca han podido olvidar. Este salto es prácticamente constante y en los primeros capítulos puede resultar algo enrevesado. Entre el tiempo y los lugares, sobre todo en los primeros capítulos, es cierto que cuesta mantener la atención completa sin preguntarte cuándo y dónde está sucediendo la escena, pero pronto te haces a ello.
Como buena historia de terror, el miedo es algo crucial en esta obra, destaca por sus numerosos momentos de tensión, jumpscares, giros y todo tipo de recursos que aumentan calidad a esta producción de terror y suspense, algo que desgraciadamente no suele ocurrir. Son diez horas de visionado en las que no te puedes despegar de la pantalla y no puedes mirarla completamente a partes iguales. Es cierto que durante la primera mitad de los capítulos la tensión está constantemente presente, se lleva la mayor parte de minutos de la serie, pero según va avanzando la historia los toques de drama y suspense son los que abundan en la evolución de los acontecimientos. Todo ello si no se habla del temido capítulo ocho, ensalzado en redes sociales, es el intento final del director por volver a alzar la trama al punto de angustia en el que te mantiene durante las primeras horas de visionado.
Quizás la benevolencia de la aclamada crítica internacional de la serie, que se ha deshecho en halagos, se deba a que el miedo que representan las historias está arraigado a cada una de las personas en ved de producirse por agentes externos. Al final terminamos conociendo la vida de cada uno de los personajes y entendemos sus inseguridades, temores, traumas, hasta el punto de plantearnos si los fantasmas existen o son productos mentales por todo lo que han tenido que vivir. De la misma manera, la interpretación actoral sobre sale en cada uno de los espacios temporales de la serie, sin duda es uno de sus puntos fuertes y destaca la habilidad de los niños para transmitir ese tipo de sensaciones que los adultos quizás ya no recuerdan. Lo que está claro es que Netflix ha proporcionado a espectadores de todo el mundo una de las mejores opciones de los últimos años para pasar este puente de Halloween con una manta en el sofá y mucha, mucha tensión.