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Crítica: "La buena esposa", por Javier Collantes

En los modos de acercar una historia de las relaciones matrimoniales a través de la vida de un intelectual, su mujer y las connotaciones interiores, resulta el gran asalto emocional de la respuesta en su convivencia, l@s denominad@s secretos y mentiras. Así, esta adaptación de la novela de Meg Wolitzer, dirigida en su lenguaje cinematográfico con una mentalidad más analítica por el director Björn Runge, supone una construcción narrativa casi teatral, incisiva y mordaz, sobre la creación artística, las cavidades de un matrimonio salpicado de amor, egoísmo y éxito.


El argumento de este biopic, disfrazado de una aparente calidez, nos cuenta la vida de una buena esposa, madura e íntegra, que lleva casada con su marido 40 años, sacrificando sus sueños y su creatividad, subyugada de forma voluntaria para mantener viva su relación, pero, en vísperas de la entrega del Premio Nobel de Literatura a su marido, ella decide desvelar su mayor secreto y toma una decisión después de aguantar y resistir humillaciones, engaños y usurpación de la integridad en todos sus conceptos. Sobre esta premisa, La buena esposa rezuma elegancia en su puesta en escena, diálogos punzantes en un caudal dramático de escasas fisuras.


El contenido de las diferentes subtramas, bien encajadas, nos conducen a una historia de apoyo incondicional y al destape del engaño en un notable ejercicio visual. Con dosis del drama doméstico, cierto humor, crítica y avance en los acontecimientos del relato, la película funciona a nivel académico, con el propio mundillo en la propia estructura narrativa, salvo ciertos aspectos que, en el caso de algunos planos -como paneos demasiado torpes-, se presentan sin profundidad. A su favor sí queda expuesto con estilo el flashback y el ritmo general, excepto en la parte final, desigual, que no resta, pese a todo, el equilibrio al conjunto.


Capítulo aparte merece el reparto. Majestuoso en miradas, gestos y silencios el gran trabajo de Glenn Close, que, junto al registro del gran Jonathan Pryce, son el soporte y la esencia de una historia muchas veces vista, sí, pero llena de la luminosidad de ambos intérpretes, dos interpretaciones que se encuentran por encima del propio argumento del film. La buena esposa es un notable film que sobrepasa la corrección establecida. No es una obra maestra, pero su trazado psicológico y el tratamiento narrativo en conjunto resultan satisfactorios.