Una puesta en escena de corte clásico y confección contemporánea viste a Las Troyanas, un texto atemporal que deja huella independientemente del momento y que remueve conciencias sobre la base de una autoría sin mancha y un poso de culpabilidad compartida.
Esta nueva versión de la reflexión de los horrores de la guerra, firmada por Eurípides en femenino, se presentó en el Palacio con el condicionante de una puesta de largo diseñada para un marco escénico original anclado en unas raíces históricas similares.
Un reparto reconocible se identifica con la causa: por un lado, brilla con estrella propia más allá de las nubes del cine; por otro, proyecta una imagen menestérica al margen de los tiempos televisivos; y, finalmente, saca pecho en el vis a vis escénico.
El toque de modernidad no pretende contextualización alguna, pero salpica la escena de elementos obstructivos al tiempo que la muerte merodea secuencialmente la narración de un relato atemperado ante el espejismo de un incisivo dolor sobreentendido.