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Crítica: "Rashomon", por Alvaro Fernández

¿Cómo distinguir la verdad cuando te cuentan varias versiones de una misma historia, diferentes pero todas igualmente posibles? Ambientada en el Kioto del s. XII (Japón), bajo las puertas del derruido templo de Rashomon, se resguardan de la lluvia un leñador, un sacerdote budista y un peregrino. 


El señor feudal y su mujer atraviesan el bosque donde serán atacados. 

Estos personajes discuten sobre el asesinato de un señor feudal y la violación de su esposa por parte de un bandido, y el posterior juicio en el que participaron el leñador y el sacerdote. Los detalles del crimen son narrados desde el punto de vista del bandido, de la mujer, del señor feudal -con la ayuda de un médium- y del leñador, único testigo de los hechos.

La película está estructurada como una dualidad. Por un lado, las experiencias subjetivas de los personajes, que narran en primera persona su versión de los hechos. Al no encajar los relatos de los personajes entre sí, no podemos acercarnos a la verdad, el relato de lo que realmente pasó en el bosque. Lo único que conocemos por seguro son sus consecuencias (por ejemplo, en todos los relatos el señor feudal muere).

Por otro, la discusión del leñador, el sacerdote y el peregrino en la Puerta de Rashomon, en la que, de forma teórica, tratan de comprender lo que ha pasado. El peregrino, un cínico que desprecia el saber de los otros personajes, es quien da vida a esta discusión y, a su vez, quien nos da pistas para su comprensión. Vamos a ver a una serie de personajes contar historias, pero no vamos a saber si mienten o no.

Siendo la parte del templo en tiempo presente, las historias que nos cuentan los personajes en el bosque y en el juicio son flashbacks, historias que a su vez contienen la narración de otra historia. Como muñecas rusas, las historias de un personaje contienen personajes que cuentan sus propias historias. Sin embargo, no es sólo el diálogo de los personajes los que nos transmite esta dualidad. El cine, como arte audiovisual, no sólo debe hablar en boca de los personajes. La puesta en escena trabaja las diferencias visuales entre los escenarios para enfatizar los opuestos entre el bosque (lugar del crimen) y el derruido templo de Rashomon. 

El bosque es un lugar cálido y muy luminoso que se opone al frío y oscuro templo. La dualidad se repite de forma visual, mediante oposiciones de luz / oscuridad, calor / frío, sol / lluvia. El tercer escenario que aparece es el patio donde se lleva a cabo el juicio. Allí el encuadre es sencillo, luminoso y geométrico. La cámara se coloca en el lugar de los jueces, convirtiendo al espectador en juez de los relatos allí contados. 


El bandido testificando en el juicio. 
La geometría casi abstracta del fondo sólo se ve alterada 
por la presencia del resto de personajes.

La acumulación de historias por parte de los personajes nos sobrepasa como espectadores hasta que, al final de la película, acontece lo inesperado: un bebé empieza a llorar delatando su presencia en una esquina del templo. Sin saber qué hacer, el leñador decide adoptarlo y se va del templo con el niño en brazos. En ese momento, el leñador actúa de forma correcta y su credibilidad, como agente moral, aumenta. 

La película no señala con el dedo cuál es la interpretación correcta, o si hay una, pero con este gesto el personaje del leñador sale reforzado, inspira al sacerdote para reconstruir el templo mientras que el peregrino, cínico, simplemente se va. Ocupando la estancia moral superior dentro de la película, Kurosawa nos hace creer en la versión del leñador por encima del resto. Aunque ha cometido errores, finalmente ha rectificado y ha actuado bondadosamente. El bien se usa para superar la disyuntiva y acceder a la verdad. 

En definitiva, Rashomon es una de las indudables obras maestras de Kurosawa, no sólo por sus virtudes en la puesta en escena o en el guión, sino porque en su conjunto trata un tema trascendental en la filosofía occidental de los últimos siglos: la interpretación. Y es que el cine es un espacio para el entretenimiento (88 minutos que se pasan volando), pero también para la reflexión.