Este viernes y sábado, 9 y 10 de junio, la Sala Pereda del Palacio de Festivales será escenario, en ambos casos con funciones a las 20:30 horas, para el desembarco escénico de Escuadra hacia la muerte, obra de Alfonso Sastre de regreso a la escena desde el Teatro María Guerrero seis décadas después de su estreno y prohibición fulminante a la tercera representación.
En esta ocasión, tomando el relevo de Adolfo Marsillach, Agustín González o Fernando Guillén Cuervo, la versión actualizada por Paco Azorín está protagonizada por Julián Villagrán (Grupo 7), Unax Ugalde (Bajo sospecha), Alex Larumbe (Luz de Soledad), Iván Hermes (Isabel), Carlos Martos (Amar es para siempre) y el actor cántabro Agus Ruiz (La que se avecina, Acacias 38).
Aislado del mundo exterior en un búnker, un escuadrón de cinco hombres encaminado hacia la muerte, cada uno de ellos encarna a cada arquetipo humano, se subleva contra su líder. En esta coproducción del Centro Dramático Nacional y Metaproducciones, Paco Azorín, que ha incorporado poemas de Bertold Brecht en las transiciones, traslada la ambientación original de la Tercera Guerra Mundial a un cuarto conflicto planetario de aire futurista dado que, a su entender, el tercer episodio bélico o una especie de 'guerra fría' ya se está viviendo de manera generalizada.
En palabras del propio Azorín, esta obra es, 'una pieza luminosa, que bien podría llamarse Escuadra hacia la vida. Si toda tragedia necesita un rayo de esperanza final, en esta obra la esperanza lo inunda todo. Cuando Sastre escribió la obra, en 1953, apenas hacía cuatro años que George Orwell había publicado su novela distópica 1984, en la que aparecen lugares tan inquietantes como la Habitación 101. En esa cámara, Orwell obliga a los díscolos del sistema a enfrentarse a sus miedos. Sastre, en su particular Habitación 101, somete a seis individuos al miedo más común de todo ser humano: lo desconocido'.
Apoyado en una mínima dramaturgia, la puesta en escena de Escuadra hacia la muerte, en ruta con Pentación, ofrece un marcado carácter interior que le permite a Azorín trasladar el foco de atención del intelectual genuino al más joven del grupo, intensificar las relaciones humanas y propiciar las tensiones propias de las mismas, sustentadas más allá del existencialismo y en pos del determinismo sobre la base del poder y la jerarquía, la oscuridad y la fe, la rebeldía o la culpa... hasta convulsionar el ideario colectivo.