La primera observación que uno puede hacer al ver Testigo es que, inevitablemente, su parecido es más que razonable con alguna que otra chapuza mediática de nuestros propios servicios de inteligencia. La crisis y el ostracismo remiten al protagonista de la ópera prima de Thomas Kruithof a una selección de personal atípica, tan distinta a lo habitual que acaba trabajando, dentro de una estricta y compartimentada estructura piramidal, como transcriptor de cassettes. Un único pero: el contenido de las grabaciones no es baladí y todo se vuelve una cuestión de supervivencia.
François Cluzet se ve envuelto, de la noche a la mañana, en un proceso kafkiano de reminiscencias orwellianas, una lucha de poder que va más allá de lo lícito y donde las escuchas se convierten en moneda de cambio para una campaña política que tiene como contexto una crisis terrorista con rehenes de por medio. Intocable en sus primeros planos, el actor galo se convierte en el principal defensor del debut de un cineasta que ha tirado de manual teórico y mecánica práctica sin los sobresalientes alicientes de sus referenciados benefactores.
Alejado de la manía controladora y persecutoria del contexto geopolítico de La vida de los otros, y distanciado del uso de teleobjetivos propios del género del (contra)espionaje en títulos como La conversación, la atmósfera de incredulidad y condicionamiento del individuo frente a las circunstancias y superiores quedan encerradas, y al amparo de la proliferación de estancias, con la agradable tortura de una meritoria partitura musical en la que toda orquestación queda acompasada y diapasonada por el afán chirriante de los instrumentos de cuerda.
El tabaco como elemento con peso del thriller al uso, y una subtrama de superación personal con crónica sentimental paralela tan innecesaria como desatendida, definen los aditivos cinematográficos de esta nueva conspiración, contrastada en tonalidades apagadas y juegos de luces y sombras, que sitúa a este 'tercer hombre' en el punto de mira de una poco creíble trama de corruptelas cuyos giros argumentales resultan atropellados y poco sólidos, a la espera de una resolución final, metáfora de su propio puzzle, que puede resultar tan impactante y justificada como previsible.