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Crítica: "Un monstruo viene a verme", por Pelayo López

El tercer y último capítulo de la particular trilogía de Juan Antonio Bayona sobre las relaciones paterno-filiales, más bien materno-filiales sólo y en toda regla, podría definirse, en un principio, como 'fábula de una muerte ilustrada'. Ante la inminente muerte de su joven madre, el niño protagonista, otro Connor más llegado desde la cinematográfica Erin, construye su propio universo de evasión y protección.


Esta dimensión convergente se levanta, en parte de manera consciente y en otra inconsciente, tanto por la sobre-protección del organigrama familiar, desde la abuela bruja al padre príncipe, como por su propio sentimiento de culpa, alimentado por la completa naturalidad de la experimentación emocional ante una situación extrema, sobre todo en una edad en la que se es 'un chico demasiado mayor para ser un niño y demasiado joven para ser un hombre'. 


La posibilidad real de tener que talar este relato por la base de una manipulación anímica se suspende sobre la fortaleza narrativa de una estructura curada en salud por la mano de Patrick Ness, nadie mejor para trasplantar su propia novela a esta nueva colina cinematográfica, y termina por no precipitarse al vacío gracias a la plasticidad visual de los relatos secundarios dentro del relato principal.


Precisamente, esta pesadilla de narrador se encarga de que todo encaje, a través de los trazos de un lápiz generacional que dibuja su propia existencia, en el momento adecuado, a la hora señalada, cuando se cierra el círculo del tronco del tejo de la ausencia terminal y la imaginación deja de ser personal e intransferible para presentarse en realidad como elemento vehicular y vinculante. 


Sin entrar a posicionarse en un debate de raíz, puesto que como relata no existe una única verdad y la verdad es mutable, 'el hombre esponja', ojeador experimentado y líder visionario, profundiza en la sabiduría de que la racionalidad del pensamiento único es menos aplicable dentro de la planteable excepcionalidad del sentimiento individual, aún cuando la unicidad también resulta indemostrable. 


Con este nuevo ejercicio de madurez, Bayona ha hecho 'lo imposible' por sacar a la luz 'el orfanato' de la oscuridad emocional, por darle tintes de acuarela de color a los sombríos laberintos individuales. Al fin y a la postre, para hacer frente a las pérdidas y ausencias en el campo de batalla de la vida, cada cual tiene que lidiar, en la confrontación cuerpo a cuerpo y a cara de perro, su particular lucha de gigantes.