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Crítica: "Morgan", por Javier Collantes

El séptimo arte, en su modo de tratar el género de la ciencia ficción, ha logrado éxitos y reconocimientos gracias, en cierta medida, a sus autores y guionistas, pero, sobre manera, a las adaptaciones literarias. Desde el comienzo de Frankenstein y pasando por la asombrosa "Blade Runner" y su atmósfera de replicantes, se han construido historias fascinantes, poéticas, para un escenario luminoso, lleno de preguntas y respuestas. 


Los cyborgs, terminators, robots... son protagonistas de relatos firmes a base de fuerza creativa. Ahora, en "Morgan", película dirigida por Luke Scott -el tercer hijo del director Ridley Scott-, la elección recae en un film de misterio y ciencia ficción donde su propuesta narrativa y visual contiene muchas influencias de su padre, en tonos que, además, recuerdan al film "Ex machina".


A modo de tratados sobre la humanización de la ingeniería genética, jugando a dioses y criaturas, éticas y morales... en un ejercicio fílmico correcto, que no engaña a nadie. Rodada en interiores, salvo la parte final y breve de exterior, este título relata la decisión de exterminar a una criatura de apariencia humana pero muy peligrosa. Acción, emoción, gestos, palabras...


Todo ello conduce una película trepidante cuando el ritmo lo requiere. Un ejercicio cinematográfico bien cuidado que, sin ser una obra maestra, por lo menos entretiene, uniéndose una banda sonora muy digna, una fotografía de texturas contradictorias, fría y por momentos acogedora en su luz interior... A dichas circunstancias se añaden la notables interpretaciones de sus protagonistas.


Kate Mara y Anya Taylor–Joy componen unos papeles correctos y efectivos, su resultado, a pesar de ser una historia ya vista pero no desgastada, es cumplidor. Un film modesto con elementos de cine comercial acondicionado para una mayor amplitud de miras, en muchos sentidos. Un notable trabajo, para espectadores que busquen visiones minimalistas en órdenes de futuro.