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Crítica: "Ocho apellidos catalanes", por Pelayo López

¡Gora Catalunya, Visca España, Viva Euskadi!. ¡Gora España, Visca Euskadi, Viva Catalunya!. ¡Gora Euskadi, Visca Catalunya, Viva España!. ¡Así sí!. Entre independentismos y nacionalismos berlanguianos varios, y después de la contundencia foral de las vascongadas iniciáticas, Amaia, Rafa, Koldo y Merche viajan a una república autodeterminada de ensoñación estelada y boicot antiespañolista estilo 'good bye Lenin'. Precisamente, la rapidez productiva de este AVE viaje con afán recaudatorio en los peajes aduaneros de las taquillas cinematográficas resulta ser el arco de medio punto menos sólido de este castells, desmoronándose buena parte de la identidad del mismo por la inconsistencia y fragilidad del artesonado pre-andorrano.


Más allá de las limitaciones de producción, un concierto económico desafinado entre interiores de cartón piedra y reductos localistas sin generalidad ninguna, la reválida nupcial de los protagonistas cojea en su camino al altar a merced de una trama innegablemente previsible. Sin embargo, curiosamente, la magistral capacidad de Borja Cobeaga y Diego San José para hilvanar enérgicos y vigorizantes eufemismos humorísticos sobre localismos versus globalismos reflotan, con el recuerdo floreciente ramificado de los guateques de Blake Edwards, la intensidad de la carcajada individual y colectiva. Otra cosa es que, como ha ocurrido con los vascos y en manos de un Emilio Martínez-Lázaro con el piloto automático teledireccionado en modo 'on', estos catalanes pierdan fuelle con un segundo visionado.


A los originales Dani Rovira, Clara Lago, Karra Elejalde y Carmen Machi se unen Berto Romero, Rosa María Sardá y Belén Cuesta. Aunque la dualidad sentimental de las primeras parejas joven y adulta sigue manteniendo el protagonismo principal, la nueva rivalidad entre humoristas ofrece un interesante cara a cara Rovira vs. Romero. Por otro lado, el tandem Rovira-Elejalde sigue presentándose como la mejor baza posible, sobre todo con un segundo inmenso en un personaje iconográfico ya por si mismo. La feminidad protagónica sale perdiendo. Mientras Machi sigue como recurrente flotador de Elejalde, las dos nuevas incorporaciones parecen forzadas: la primera, Sardá, por la dificultad para identificarla como octogenaria moribunda; la segunda, Cuesta, por su identificación con "La boda de mi mejor amigo". 


Esta secuela sirve de ejemplo para un largo y atemporal debate como el que enfrenta la valoración de la crítica y la opinión del respetable. Mientras el criterio profesional parece deslucir esta nueva ronda por la piel de toro, el verdadero público se divierte y entretiene desde el tendido. Con unos primeros veinte minutos palmeros, el resto del metraje baja marcha y reduce velocidad, a pesar del atropellamiento narrativo en base a una premisa de entremés de pasillo y enredos varios. A tenor del resultado, no estamos, obviamente, ante la mejor comedia española en lo que a calidad se refiere, pero, sin duda, consigue con creces su doble propósito de amasar y divertir. Próximamente, 'ocho apellidos galleguiños'.