Emmanuel Kant, Martin Heidegger, Soren Kierkegaard, Jean-Paul Sartre... Emily Dickinson, Simone de Beauvoir... pero, sobre todo, Fedor Dostoievski y Alfred Hitchcock, coincidente 'causalidad/casualidad' que, además, hermana evidentemente esta película con otro de los anteriores títulos, quizás de los más exitosos de su filmografía reciente, del particular y díscolo Woody Allen. Curiosamente, el academicismo inicial, entre conversaciones dialécticas y citas textuales, fluye de manera natural edificando, al mismo tiempo, unos cimientos argumentales aparentemente sólidos. Puede que se peque de pretenciosidad a la hora de encadenar argumentalmente semejante materia en tan solo una lección, pero salir airoso de tal reto, lejos de ser yo un discípulo de Allen, le sitúa en la vitrina de 'honoris causa'.
Corrientes y escuelas filosóficas, romanticismo y feminismo libertario... A partir de esta premisa dual, el indómito cineasta de "Match Point" sustenta las subtramas, por un lado, de la faceta universitaria del personaje protagonista y, por otro, su condición de mujeriego, halo seductor que transita triangularmente en una vía de doble sentido, tanto al ritmo de 'la erótica del poder' como 'el poder del erotismo'. Seguramente, y dada la notable distancia generacional, para un director veterano no resulta fácil retratar a través de la cámara un entorno 'college'. En este caso, la ruleta rusa y el altruista hecho de que se trate de un centro elitista allana el camino para dicha mirada.
Sin embargo, en ambos títulos, la fustigable moralidad de la condición humana sale a flote con un 'acto significativo'. "Crimen y castigo" y "Extraños en un tren" son el caldo de cultivo para un zumo de naranja 'alleniano'. De la voluntaria decadencia nihilista al fortuito posibilismo redentor... y vuelta al ostracismo perentorio de la insignificancia y muerte profundamente legítima y equilibradamente justa. Cual episodio de "Se ha escrito un crimen", una circunvalación tediosa y cansina que, después de todo, acaba resultando aleccionadora en tanto en cuanto resuelve la caótica ecuación de su propia paradoja. Tan innecesario tanto metraje en la segunda parte como siniestramente alumbradora la linterna práctica de la inexplicable y azarosa fortuna.
Respecto a sus protagonistas, Joaquin Phoenix vuelve a demostrar, como en "Puro vicio", su predilección por personajes 'embarazosos' y 'viciados', demostrando una vez más su talento natural. Por su parte, la 'pelirroja' Emma Stone, 'repetidora' con Allen tras "Magia a la luz de la luna", se deja llevar cual 'birdwoman' y solamente 'encuentra la luz' en su 'versión original'. A destacar, el tercer vértice, el de la (in)estabilidad emocional de la otrora indie Parker Posey ("The town: ciudad de ladrones"), valedora en esta ocasión de la mayor 'cabal(l)idad'. De fondo, una reiterativa fanfarria tipo suite que, además de borrar de la línea de tiempo cualquier otra presencia musical, consigue que como espectadores salgamos tarareándola.
Una vez terminada la función, más allá de lo placentero o molesto que puedan resultar al oído varias voces en off, queda la duda (ir)resoluble de su justificación. Quedando clara, desde el principio, la narradora del relato. ¿Qué hay de la segunda voz del coro de turno?. Aplaudiendo el abandono transitorio de su tradicional comicidad en torno a la religión y otros tics habituales de sus películas, el realizador neoyorquino, a pesar de que vaya perdiendo firmeza en el avance métrico de su caligrafía cinematográfica, toma aire en un nuevo campus y la frescura interina en sus pulmones aporta dosis de energía reflexo-filosófica. Entre discrepancias y convergencias, una nueva lección del tú, yo y cada cual desde un púlpito artesonado de brillante pensamiento.