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Crítica: "En tercera persona" / "Maps to the stars", por Pelayo López

Los otrora distanciados Paul Haggis y David Cronenberg coinciden con sus últimos proyectos, "En tercera persona" y "Maps to the stars" respectivamente, en deambular sobre el frágil trampolín de salto que separa, verticalmente hablando, los pies en la madera de la realidad respecto a la corporeidad etérea en el vuelo de la ficción y de la profundidad abisal con la consiguiente falta de oxígeno de la enajenación. Los remordimientos y la culpa resultan propicios campos de cultivo para ambos realizadores a la hora de afrontar sus estudios sociológicos de la personalidad intrascendente. Somos agua y fuego, liquidez y brasas, incestos y muertes, secretos y mentiras, pasado y presente ¿con/sin futuro?. 


Aunque ambos se decantan por compartimentar su narración en historias paralelas protagonizadas por repartos corales, mientras el segundo recurre al escenario cinematográfico por excelencia, Los Angeles y su 'mapa de las estrellas', el primero viaja a través de 'agujeros de gusano' entre París, Roma y Nueva York, un itinerario convergente en el espacio y el tiempo. Si Cronenberg aprovecha su lucidez e imaginación para hacer uso de su conocimiento de los puntos cardinales de la profesión y su entorno, Haggis tropieza intentando desarrollar una estructura de creatividad literaria que convierte el pre-textualizado drama romántico en un inconexo carácter fantasioso. El éxito y la fama, el amor y la paternidad, inestabilidad desbordante, nosotros contra nosotros mismos...


Una Julianne Moore casi siempre en estado de gracia alimenta cualquier historia. Liam Neeson parece desconcertado si no tiene ya pistolas entre manos. Sus respectivos 'coéquipier' defienden con solvencia las interpretativas: Wasikowska, Pattinson, Cusack y Williams de un lado; Wilde, Kunis, Franco y Brody del otro. Reflexiones emocionales, sentimientos espectrales... Lo que está claro es que Haggis tira por el atajo del convencionalismo final, una suerte que Cronenberg arriesga en manos de un remate perturbador mucho menos aséptico. Delirios de grandeza, endogamias existenciales, conductas distópicas... Una lástima que, pese a partir de una misma pretensión y derivar en resultados antagónicos, ninguno logre ofrecer al espectador ensimismado una terapia de altura.