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Crítica: "Los juegos del hambre: en llamas", por Pelayo López

Estrenada ya en la cartelera de Cantabria, donde anoche pudimos ver su pre-estreno y comprobar el tirón de esta saga -tan equidistante en lejanía a años luz de "Crepúsculo" como al resto de aspirantes a suceder a la franquicia de Stephenie Meyer (y, por tanto, en un segundo escalafón holgado y cómodo)-, "Los juegos del hambre: en llamas", a primera vista, pierde en espectacularidad pero gana en madurez, circunstancias por las cuales nos congratulamos, sobre todo en los tiempos que corren. Aunque con los escarceos románticos y la fastuosidad de los fuegos fatuos de turno se mantiene encendida la llama del público adolescente, embrión mayoritario del éxito y popularidad de la trilogía de Suzanne Collins, esta nueva entrega, a la que se le notan (sin embargo) sus premeditadas carencias como vía intermedia entre la primera parte y el doble desenlace final de la franquicia -ni hablar ya de la cortante despedida de esta segunda entrega-, evidencia un renovado compromiso con el público adulto acotando muy mucho las mencionadas y comprensibles concesiones.


Katniss Everdeen y Peeta Mellark viven las consecuencias positivas y negativas de su victoria en la última edición de los Juegos del Hambre, como la disponibilidad de alimentos y cierta comodidad en sus vidas o el control absoluto de sus movimientos, incluyendo los de su familia y amigos como Gale. Sin embargo, la sociedad de los diferentes distritos ha encontrado en su gesta un halo de esperanza para que las cosas cambien, posibilidad que Snow quiere abortar a toda costa para que su Capitolio no se vea en peligro. Así pues, los subterfugios del poder optarán primero por intentar manipular la imagen pública de ambos jóvenes durante su Tour de la Victoria, un itinerario inter-distritos que le permitirá a la pareja protagonista, al mismo tiempo, desprenderse de su venda y abrir los ojos a un nuevo horizonte. Posteriormente, y dado el resultado negativo de esta opción, las reglas cambian: Katniss y Peeta volverán a participar en los 75 Juegos del Hambre. Si bien la primera mitad de la película sirve para refrescarnos la memoria en relación a lo ocurrido con anterioridad y detonar la acción que marcará el antes y el después de la historia y los personajes, no solo en esta segunda entrega sino en el conjunto de la saga, la segunda mitad vuelve a meternos de lleno en la competición, una nueva prueba de supervivencia que, no obstante, se desarrollará, cual "El show de Truman", entre plagas de todo tipo y circuitos energéticos, en otros parámetros diferentes.


Desde lo puramente cinematográfico, cierto es que la película transita durante una hora prácticamente sin sobresaltos y con una narración bastante anodina, a merced, además, del influjo del nuevo realizador, Francis Lawrence ("Soy leyenda"), cuyo pulso fílmico tiembla demasiado a estas alturas de la película. Con la presentación de una nómina de personajes corales realizada ya en la primera entrega, en esta segunda parte toca centrarse en la protagonista y su duelo con su antagonista. Jennifer Lawrence y Donald Sutherland copan la mayor parte del protagonismo, ambos al nivel esperado -ella encendida por la calidad demostrada ya en su corta trayectoria avalada por un Oscar, y él por su dilatada carrera llena de eficacia y saber estar-, aunque Josh Hutcherson y Woody Harrelson les respaldan uno con su rocosidad y el otro con su idoneidad. Por el camino, echamos en falta un carácter más polvoriento en el Distrito 12 y destaca, como en su antecesora, la estética televisiva del show en torno a la competición, donde retomamos los personajes de una Elizabeth Banks muy Agatha Ruiz de la Prada, un Stanley Tucci blanqueado profident para la ocasión y un Lenny Kravitz al que queremos ver con mayor asiduidad en la gran pantalla. Se incorpora un siempre visionario Philip Seymour Hoffman, aquí con una dualidad perceptible pero no visible. Tanto los prolegómenos protocolarios de la competición, como la competición en si misma, pierden peso y se alejan del estilo "Battle Royale", algo fundamental para centrarse en la profundidad emocional y la lucha interna entre ciertas convicciones y pensamientos de la pareja protagonista, un nuevo campo narrativo que, afortunadamente, no cae en las reminiscencias sentimentaloides presentes en su predecesora.



Este camino hacia la reflexión, y hacia el resultado esperado en función de la ecuación 'acción-reacción', avanza entre un pueblo cansado de la opresión y el miedo, un líder tirano escudado en el poder mediático para la distracción popular y un juego sádico de penitencia y redención con los que pretende perpetuar el mismo miedo y la sumisión, un equilibrio entre el sacrificio personal y el trabajo en equipo para redundar en un objetivo común mediante una colaboración desinteresada... Lejos de la ñoñería romanticoide y de la espectacularidad del efectismo visual que suele prodigarse en sagas similares, estas llamas vivas de reivindicación y revolución encajan, en las salas de cine nacionales, como un anillo al dedo en respuesta a las pretendidas nuevas legislaciones en materia de seguridad ciudadana y huelga. "Los juegos del hambre: en llamas" se convierten, fruto de la casualidad o la coincidencia, en un legado de valores: a través de un mensaje en un lenguaje comprensible para los jóvenes y como un flashback futuro para un recuerdo necesario en la mente de los adultos. Porque el Sinsajo siga volando...