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Crítica: "No lo llames amor, llámalo X", de Oriol Capel, por Pelayo López

Más de uno se preguntará, seguramente, los motivos que me han llevado a seleccionar para comentar en esta ocasión el estreno español de la semana, y, por ejemplo, no hacerlo con alguna de las superproducciones hollywoodienses que se estrenan el mismo día. La explicación es bastante sencilla y, espero, comprensible. Por un lado, precisamente, por ser la representante española de la cartelera. Por otro, por tratarse de una comedia que nos permita evadirnos en la oscuridad de una sala de cine de la omnipresente campaña electoral, sobresaltada ahora, nuevamente, por "El alzamiento nacional". El destape cinematográfico, llegado con los primeros pasos de la democracia, aporta los acartonados decorados de esta tragicomedia coral que recorre un amplio espectro colorístico, desde el verde enrojecido más insinuantemente erótico y provocativo hasta el negro blanqueado por un romanticismo nostálgico de quijote moribundo.

Con un curriculum marcado por series de televisión como "7 vidas", "Aida", "Fuera de carta" o "¡Que se mueran los feos!", Oriol Capel no se traiciona a si mismo y sigue proyectando sus ya habituales y conocidos conceptos de celuloide en la misma dirección. Tras la cámara, acertada factura. Ni se deja encayar los encuadres como últimamente nos tienen acostumbrados y se plantea un dinámico turno-réplica entre los formatos 'cine dentro del cine' y el 'pseudo-reality televisivo'. Precisamente, amigos suyos de la pequeña pantalla copan el protagonismo: Mariano Peña encabeza el reparto por méritos propios, por una interpretación brillante que lamentablemente no tendrá el reconocimiento merecido, al tiempo que Paco León está totalmente 'off', o, al menos, yo no le acabo de ver la gracia, como tampoco a los "muchachosos" Julián López y Carlos Areces. Al contrario, siempre solvente, el 'pequeño gran' Javier Gutiérrez y el estupendo y convincente cameo de Miguel Rellán. Mientras, las chicas no aprovechan su 'tirón'. Kira Miró en su línea habitual 'sin sostén' y Ana María Polvorosa 'a lo loco'. Sin embargo, es la arrebatadora madurez física e interpretativa de Adriana Ozores la que atrae con mayor intensidad la mirada del espectador. ¡Ojo!. Que nadie se espere un 'despelote' continuo... Alguna teta difuminada o fugaz, y, como suele ocurrir en estos casos, nada explícito que ver de la anatomía masculina. Se podría decir que la película es 'pan de molde sin corteza'. O, lo que es lo mismo, hay más miga de la que parece, sin perder nunca el sentido del humor característico.

Representativos del argumento central son los 'falsos títulos' de las cintas rodadas por el director caído en el olvido que intenta dejar con un último trabajo su mejor legado, un recuerdo construído sobre lo único que 'hermana' a las dos Españas: 'la jodienda'. Entre esos films, como ocurre habitualmente en el 'porno real', evocadores "Los hombres que no amaban a las mujeres pero se las follabana", "Puti woman", "Tetanic", "Instinto fálico"... El ritmo de la película, nunca mejor dicho, no 'decae'. No obstante, cierto es que, en algunos momentos -sobre todo en la parte final-, una dosis de dramatismo romántico excesivamente edulcorado desentona como parte de un todo. El ácido arranque televisivo, con sus propios 'Trancas y Barrancas', es demoledoramente destructivo, una carga de profundidad a la realidad televisiva sin concesiones ni miramientos. El final, con el '¿qué ha sido de ellos?' y varias tomas 'pseudo falsas', resulta singularmente divertido. "No lo llames amor, llámalo X" no es una 'caricatura', es un retrato con 'uniformes y sables' en el que observar más allá del primer plano porque, como le ocurre a su pelirroja protagonista, 'yo no soy tonta'.