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Crítica: "Primos", de Daniel Sánchez Arévalo, por Pelayo López

Una de las primeras lecciones que recibe todo aspirante a director de cine, o cualquier aficionado al séptimo arte que se precie, es que la estructura narrativa básica de toda película convencional se compone de tres partes inseparables, situadas además en riguroso orden de alineación: planteamiento, nudo y desenlace. Daniel Sánchez Arévalo no faltó a aquella clase teórica y la desarrolla, con acierto para una historia como la que nos presenta, como columna vertebral fácilmente reconocible. Su tercera película es un buen ejemplo, aunque con una salvedad notoria: el planteamiento es sustituido por un prólogo. La primera toma de contacto con "Primos" se hace, pese a estar salpicada del humor 'costero' al drama que caracteriza todo el metraje, demasiado largo. El luminoso chispazo inicial, a base de minutos de más, se hace tedioso y se convierte en un fogonazo de artificio.

Tres son también los "primos" que dan título al film, ni más ni menos que el desdoblamiento de las múltiples personalidades del realizador: el enamoradizo (Quim Gutiérrez), el presumido (Raúl Arévalo), y el hipocondriaco (Adrián Lastra). El primero de ellos es abandonado en el altar y todos ellos, unos con mayor predisposición que otros, deciden regresar al pueblo de su infancia, donde, premeditadamente, un antiguo amor (Inma Cuesta) puede convertirse en el mejor remedio. Se construye entonces, con la localidad de Comillas como marco costumbrista y colorista -tradiciones marítimas o atracciones de feria incluidas-, el retrato de la familia más lejana, varias historias paralelas que serpentean alrededor de la principal y que circuncidan la atención necesaria por parte del espectador, de modo que ninguna de ellas llega a definirse con trazo preciso quedando relegadas a simples bocetos y que une este título con "Gordos", su anterior trabajo. ¿Alguna para un posible spin-off?. Entre esos personajes secundarios, Antonio de la Torre, Clara Lago, Nuria Gago... La mayoría del reparto es ya algo más que una familia profesional del director, circunstancia que queda reflejada en la dirección de actores, aparentemente inexistente por lo sutilmente brillante de su ejecución. A destacar la vena cómica de Quim Gutiérrez, el caramelo regalado a Adrián Lastra, que no desaprovecha incluso la ocasión de dar rienda suelta a su capacidad vocal, y el niño, Marcos Ruiz, que seguramente seguirá trabajando. Como complemento, la interactuación con los figurantes en las escenas multitudinarias resulta totalmente convincente, algo poco habitual en el cine español.

Esta química, absenta bebible que convierte este camino a la madurez en un eterno transitar por el país de Nunca Jamás, dota del ritmo necesario a los fotogramas, que se suceden y encadenan entremezclando pseudomonólogos supuestamente metafísicos y trascendentales con numerosos gags de contenido sexual, algo impropio pero como siempre resultón. ¿Los Backstreet Boys como acompañamiento?. Mejor no, pero me quedo con la partitura de Julio de la Rosa, todo un silbido al optimismo entre tanto bache emocional. Como el gastronómico final con denominación de origen, la cinta, que curiosamente estrecha lazos con su corto "Traumatología", se saborea única y exclusivamente en el instante de su visionado, pero de un director como el de "AzulOscuroCasiNegro" se espera mucho más que una foto fija personal e intransferible con filtros de aparente carácter generacional.