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Crítica: "Valor de ley", de Joel y Ethan Coen, por Pelayo López

¡Qué recuerdos!. Echo de menos los westerns de los sábados por la tarde en TVE1. Afortunadamente, los hermanos Coen han suplido esa carencia con su última película, un western de corte clásico que, al mismo tiempo, es la adaptación literaria de la novela de Chales Portis en la que una joven adolescente, junto a un cazarrecompensas al que contrata, sale de cacería para vengar la muerte de su padre asesinado. Sí, existe una versión previa dirigida por Henry Hathaway y protagonizada por John Wayne, que, además, le valió al actor su único Oscar. Pero no, no es un remake, aunque algunos elementos no literarios pero sí cinematográficos, como el parche -aunque cambiado de ojo-, ha sido copiado. Desde el primer fotograma intuimos que vamos a ver una gran película, y así es. La primera secuencia, por su fotografía y su música, parece que nos presenta una cinta navideña, pero nada más lejos de la realidad por la voz en off de la joven protagonista que nos pone en antecedentes. Esta voz dual nos acompaña durante todo el metraje, aunque, como recurso narrativo acertado, al principio y al final es ya adulta, como si de un prólogo y epílogo fabulístico se tratase, mientras que en el resto es la adolescente la que nos cuenta en primera persona sus experiencias.

Si bien los realizadores no se habían acertado nunca a este género tan díficil, de dirigir para los cineastas como de recibir por parte de un público ya nada familiarizado, no es menos cierto que su oscarizada "No es país para viejos" puede entenderse ahora como una 'prueba de cámara', una piedra de toque hacia la madurez reflexiva y contenida sin perder, eso sí, algunos rasgos peculariares y propios que les hacen fácilmente reconocibles. Entre ellos, el sutil y extravagante humor negro (el trato al indio ahorcado o el primer encuentro entre la pareja protagonista en el retrete), y, por supuesto, las salpicaduras repartidas de violencia inevitable en todo western que se precie, como la escena de la cabaña o el duelo 1x4 al más puro estilo duelo medieval. En el apartado técnico, y aún cuando se podría haber creado una atmósfera más polvorienta, destacan las panorámicas de alcance y profundidad (como la presentación del pueblo) o los planos referenciales de los personajes (destaca la secuencia del cadáver colgando de un árbol).

Reconocibles pese a la sombra de Steven Spielberg, quien se encarga de la producción y de dejar detalles como las menciones a los mormones, la estética y el nombramiento de 'hermana' de la joven protagonista, o las críticas perfiladas al mercantilismo (trabajar por jornales en lugar de por rendimientos o el regateo en los negocios)... Hablando de diálogos y temáticas: conversaciones certeras y directas, con frases concisas y punzantes; cuestiones como el ejercicio de la ley o la venganza al margen de la misma, los sentimientos sinceros que afloran entre unos personajes tan extremadamente diferentes en apariencia... Todo ello con la presencia de un reparto de sobresaliente. Todos y cada uno de ellos bordan su papel: desde un Jeff Bridges 'cada vez más alcoholizado', primero con una guitarra country y ahora con un rifle, hasta un Matt Damon metido a Ranger de Texas -nada que ver con Chuck Norris-, pasando por un escueto pero perverso Josh Brolin y una niña tan adorable como temible llamada Hailee Steinfeld. Si no fuera porque en ocasiones resulta difícil de creer y encajar en aquella época su aplomo, desparpajo y conocimientos. Y algo muy de agradecer: nada de metrajes insufribles superiores a las 2 horas. No obstante, resulta prolongada en demasía la secuencia judicial contra el alguacil, y el estirado 'antefinal' de regreso resulta demasiado poético visualmente hablando. "La red social" u "Origen" son muy buenas películas, respaldadas por un cuidado aspecto promocional, "Valor de ley" es, sencillamente por su grandeza fílmica, 'un duelo entre el espectador y la pantalla'.