Villa Amalia e Isabelle Huppert... Bien se podría titular así esta película. Solo una actriz como ella y una cámara como la de Benoit Jacquot, director y guionista de esta cinta -basada en la novela de de Pascal Quignard-, pueden sostener los 90 minutos de silencios. Ann (Isabelle Huppert), al llegar a casa, descubre a su marido besándose con otra mujer. Este instante es la comprensión absoluta de una vida infeliz desde la infancia. Es el momento justo para empezar de cero sin ningún tipo de ataduras: ni profesionales (es una pianista de éxito), ni personales (el marido, una madre que afectivamente no la necesita y un amigo de la infancia con el que se reencuentra después de años). Este amigo será, al principio de la película, el nexo de unión con el espectador. Él será “los pensamientos de Ann”. Ann se esconde en una isla, Villa Amalia, y será allí en la soledad, donde encuentra la libertad...
La cámara persigue a Ann como si de un enamorado se tratase, contemplándola y envolviéndola en sus momentos más bajos, admirándola e iluminándola en la paz deseada. El objetivo se recrea el tiempo suficiente en los momentos clave para suplir la falta de diálogos y personajes, para que el espectador pueda comprender el mundo interior en el que se debate esta mujer. Es para esta espectadora una película difícil de analizar en unas líneas, hay que verla y hablar de ella. Si me permiten una licencia... Seguramente Ann después de un tiempo en Villa Amalia, volverá a reencontrarse con sus fantasmas. La cárcel es uno mismo y una cosa es cambiar de vida porque te apetece y otra huir. Pero... estos son mis pensamientos y también, al mismo tiempo, otra película.