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Crítica: "La mujer de Tchaikovsky", por Javier Collantes

Las connotaciones de un biopic, una biografía real y sus diversas libertades puntuales y transitorias en su traslación al lenguaje cinematográfico, respiran sobre el conocimiento de la vida del retratado en la pantalla grande y el punto de vista interior de aquel a quién va dirigido, el espectador. En esta ocasión, todo un descubrimiento en la figura del personaje principal, literatura y 'verdad'. La mujer de Tchaikovsky, dirigida por Kirill Serebrennikov, pertenece a una escuela de trazo fílmico, cine procedente de Rusia, que proyecta clase y estilo junto a la teatralidad en su ámbito más intenso, extraordinario.


Fijando el interés en las palabras y un guion elaborado, que se respalda con una dirección de primer nivel, La mujer de Tchaikovsky es ciertamente un film difícil, culto, para un tipo de espectador interesado más en la profundidad que en los efectos manidos del cine actual. Rusia, siglo XIX, una joven adinerada y culta, Antonina Miliukova, se enamora del gran Pyotr Tchaikovsky, resultando este amor obsesivo y rechazado por el compositor. Agotada por su lucha con él y sus sentimientos, y a pesar de las circunstancias, ella será capaz de resistirlo todo para permanecer a su lado. Sobre este combate interior, y pivotando en torno al personaje de renombre, este apasionante relato se retroalimenta de la perspectiva de género y cierta ensoñación, elementos que, junto a una especie de performance, se dibujan merced a una impresionante fotografía tenue, pictórica, de encuadres y movimientos de cámara casi perfectos y una puesta en escena sobresaliente.


Film sobre personajes desde el prisma psicológico, rebosante de sentimientos y emociones, La mujer de Tchaikovsky es un relato tenebroso, oscuro por momentos, al borde del abismo, con una banda sonora (no podía ser de otra manera) majestuosa que, sin recargar, afina el vacío existencial en las secuencias de este drama de categoría, una película en la que, además, el reparto aporta un alto nivel interpretativo que dota al metraje de momentos que se quedan clavados en la retina del espectador, amor y locura, pasión y personalidad, homosexualidad y misoginia, clases sociales... un título grandioso para otros paladares.