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Crítica: "20.000 especies de abejas", por Paco España

Llega a la pantalla del Cine Los Ángeles la ganadora de la Biznaga de Oro en el pasado Festival de Málaga, además del premio a la interpretación para Patricia López Arnaiz. Anteriormente, en la Berlinale, la joven Sofía Otero ganó, sorprendentemente, el Oso de Plata a la mejor interpretación protagonista. Esta actriz de Barakaldo, que actualmente cuenta con 10 años, hace un enorme trabajo, pero los premios de interpretación a edades tan tempranas, en mi opinión, premian al magnetismo personal de los menores más que a su trabajo interpretativo. La directora vasca Estíbaliz Urresola Solaguren ya destacó el año pasado con el excelente mediometraje Cuerdas, que ganó el Premio Forqué, además de haber obtenido la nominación a los Goya.


20.000 especies de abejas cuenta la historia de Aitor, un niño de origen vasco que vive con sus padres, un hermano y una hermana, en la localidad francesa de Bayona y, siendo tan joven, no se reconoce en su cuerpo. Aprovecha el viaje que su familia hace a su localidad natal, en el País Vasco, para hacerse llamar primero Cocó y después Lucía entre los niños con los que se relaciona, algo que éstos procesan con naturalidad, lo que no ocurre con los adultos, con una disposición psicológica muy alejada de la aceptación de la diferencia que apunta el menor. Se habla mucho de los grandes trabajos de Patricia López Arnaiz (La hija, Ane) y de la niña Sofía Otero, pero el trabajo de Ane Gabaraín (Patria), como la tía, me ha parecido excelente y destacable. Interpreta a una mujer madura de la que se intuye que ha tenido que reivindicar de manera intensa en su vida su propia identidad sexual y que observa intensamente a Cocó, sus reacciones, cómo piensa y cómo se expresa. La situación de un menor que no puede identificarse con su cuerpo, que no sabe como definirse, ni lo que es en realidad, pero sí sabe que no es lo que está a la vista, es muy difícil. Una persona de esta edad, que se siente de un género diferente al que le ve el resto de la sociedad, tiene una situación muy complicada, primero para expresar lo que siente a sus personas más cercanas y después para ser aceptada por los adultos, los primeros los de su propia familia, que lo suelen interpretar de manera banal, como una manía o una moda, hasta que ven las orejas al lobo.


A pesar de que esta película me ha parecido muy interesante, también me parece un poco larga, superando las dos horas, cuando hubiera agradecido más concreción. Un cierto estilo contemplativo, con influencia de Carla Simón y Víctor Erice, hace que los minutos vayan pasado con lenta cadencia, pero están muy claros los momentos de más intensidad, como los de la madre de Cocó con su propia madre, terrible y castradora, o los de Cocó con la tía, junto a los panales, o los de esta misma tía con la madre de Cocó hablando sobre lo que siente la niña, o la parte final en la que la Cocó decide, con su madre, asistir a la comunión vestida de niña, como siente las miradas de desaprobación de los adultos y todo lo que sucede después hasta el final. Unas secuencias sustanciales en la historia y que emergen con brillantez en ella.