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Crítica: "Eo", por Javier Collantes

Sobre formas y maneras de tratar el espacio de los animales en el cine, con sus respectivas vertientes, siempre en el tratado dulce, complaciente, real, duro e incisivo, dependiendo de a qué público se destina el relato fílmico, en muchos títulos con protagonistas de esta condición se derivan sus vidas y sus historias a un imaginario, real o ficcionado, cuyo motivo es emocionar. Eo es una película dirigida por uno de los legendarios cineastas del cine europeo, Jerzy Skolimowski, a quién recordamos por películas de gran calado en su cuantioso legado filmográfico, películas tan emblemáticas de una época del cine más incesante en sus temáticas como El buque-faro, El grito... Ahora, Skolimowski nos traslada a una revisión renovada del film de Bresson Al azar, Baltasar con una óptica diferente, apartándose del minimalismo, abrochando esta historia con una dosis de simbolismo y recargando en instantes una sensibilidad de libro sencillo.


Eo nos conduce a un espacio lleno de misterio a través de la mirada de un burro, un camino de aprendizaje que Eo, un asno triste y melancólico, emprende obligado por las circunstancias, un viaje en el que se encuentra con situaciones de bondad y maldad del ser humano, un itinerario plagado de sorpresas que, como una cámara, registra el detalle, la sorpresa y su destino. Con una dirección equilibrada y una notable banda sonora, junto a una fotografía de colores fuertes cuya paleta describe los momentos con su particular luz, Eo consigue trasmitir la vida de un burro, rebuznos silenciados de forma estoica en un sonido interior.


Así, a través de ángulos hipnóticos, en la construcción de su camino pasa de un circo a una granja de caballos, el tráfico en el mercado negro, un grupo de ultras de un equipo de fútbol... Con un marcado tono impresionista, la historia resulta impactante, un tratamiento fílmico de buenas intenciones, irregular, con alguna secuencia que rompe su ritmo, una narración a modo de fábula que mezcla la realidad humana con la no ficción de tan singular protagonista, un burro que rocía de sentimientos cada secuencia acompañado, para la ocasión, de intérpretes de un notable alto con registros equilibrados. Interpretando sus diferentes lenguajes, tanto orales como gestuales, Eo nos habla de la sociedad contemporánea, de su bondad y su maldad, la condición humana en términos máximos, un film, aunque desigual y en su formato 3.2, interesante y recomendable, una, podríamos definir, 'road donkey' pasable que se ve y nos da una coz.